El futuro que queremos
Jorge Krekeler
¿A que futuro aspira la humanidad? Lo más probable es que estas aspiraciones reflejen la diversidad y multiculturalidad, las situaciones en las que viven actualmente una (os) y otra(os), los intereses, de individualistas hasta colectivos. Habrá coincidencias en estas aspiraciones: poner fin a la pandemia y que el futuro sea mejor que el ahora. ¿Pero que significa mejor? Sucede lo mismo que con las aspiraciones en torno al futuro que queremos. Por lo visto hay un abanico tremendamente amplio referente a lo que las personas asocian con un futuro mejor.
Ya hablando del futuro, James Lovelock, pensador científico de 99 años en su último libro Novoceno escribe: “Así que, en resumen, los humanos pueden, en cualquier momento, extinguirse debido a fuerzas que escapan de nuestro control, pero podemos hacer algo para salvarnos aprendiendo a pensar”. Siguiendo en la lógica del autor, el futuro depende, por lo menos en buena parte de nosotra(os) misma(os); depende del Aquí y del Ahora y de lo que nosotra(os) hacemos.
Retomando el tema de nuestras aspiraciones en torno al futuro que queremos, pues vale la pena entonces comprobar la coherencia entre el futuro deseado y lo que hacemos para construir este futuro desde el presente. Para este ejercicio es recomendable tener en cuenta algunos antecedentes: por lo visto es la especie humana la única que ha perdido el instinto natural que asegura que sus acciones propias contribuyan a construir un futuro donde haya lugar para nuestra especie o dicho de otra manera participamos, por lo menos vivimos la destrucción sistemática de nuestro hábitat y de nuestro futuro.
Suponiendo a que suceda lo que Lovelock indica como salida de emergencias…aprendiendo a pensar…nos encontraremos con un segundo obstáculo gigantesco: soportamos en la gran mayoría de los casos una contradicción serial entre nuestras convicciones, principios y valores por un lado y nuestros hechos en la cotidianidad. Estas incoherencias, sumadas en el tiempo son equiparables con una decisión de suicidio, con la única diferencia que la(os) que vivimos actualmente sin ser capaces de redireccionar el futuro tomamos esta decisión a sabiendas que quienes consumirán esta decisión sin tener posibilidad de revertir esta decisión serán las futuras generaciones.
La cotidianidad de cada una(o) de nosotra(os) depende de nuestras rutinas, de las formas de cómo hacemos las cosas. Nuestras narrativas están cambiando, pero en mucho mayor grado que nuestras rutinas. Cambiar una rutina es cosa mayor; la(os) que hemos pasado por este experimento lo sabemos. Parece que hay demasiados pretextos para seguir viviendo en la incoherencia: ¿yo que puedo hacer para cambiar las cosas y el futuro?, ¿acaso que tiene sentido querer cambiar algo en lo pequeño, en lo personal ante las tendencias en curso que van a la dirección contraria? Estas y muchas otras preguntas surgen con frecuencia, desmoronando nuestra motivación inicial de formar parte del cambio.
Parece que la modestia es otro bien que la humanidad esta al punto de perder.