Menos que suficiente
Los ámbitos de la energía y la movilidad son, sin duda, dos importantes palancas en el camino hacia un modo de vida sostenible para la humanidad en el planeta Tierra. En muchos lugares se ha iniciado la transformación hacia una matriz energética de baja o nula emisión de carbono y el consiguiente cambio en las formas de movilidad de personas y mercancías. Pero incluso en los casos en los que se dispone de fondos públicos y privados suficientes para esta transformación, muchas veces todo queda en una mera palabrería sin importancia. Si el futuro de todxs nosotrxs, y sobre todo de lxs que vendrán después de nosotrxs, no se viera fatalmente afectado y en peligro por este etiquetado fraudulento, sería un caso para pasar de largo, en la línea de: ¿Qué esperabas?
Cuando salgo a dar mi paseo matutino de ejercicio cardíaco, depende mucho de mi estado de ánimo para considerar los escasos vehículos de conducción eléctrica del parque móvil como un primer paso vacilante y delicado hacia el futuro. Así pues, la era de la e-movilidad (e para eléctrica) y de la energía sin CO² está todavía muy lejos.
Y seguramente pronto se impondrá la constatación de que la migración masiva de personas dependientes de la movilidad hacia flotas de vehículos electrónicos individualizados no permitirá abandonar la vía de las lógicas infestadas del crecimiento perpetuo – la óptica monocausal es quizá adecuada a corto plazo como tranquilizador de la propia conciencia, pero con el primer análisis colateral sincero deja de funcionar como fata morgana mental.
Suponiendo que exista una voluntad sociopolítica de transformación energética y de la movilidad, las situaciones de partida en demasiados lugares del planeta son complejas, por no decir complicadas: no se puede hablar de servicios de transporte público de pasajeros aun cuando se consideran estándares bien elementales en materia de seguridad, confort y tarifas. Los puntos de partida no podrían ser más diferentes en el concierto global. Esto no debe llevarnos a desestimar o disminuir esfuerzos hacia la necesaria transición, no importa donde estemos; pero a la vez debe ayudarnos a comprender la verdadera dimensión de los retos a los que nos enfrentamos y en situaciones de partida tan desiguales.
Para lograr un equilibrio emocional medianamente aceptable tras los mencionados 5,5 km diarios a pie, me engaño a mí mismo, pensando que ya hay algo en marcha, que a primera vista incluso apunta en la dirección correcta. Pero todxs -o al menos muchxs de nosotrxs- sabemos y empezamos a sentir poco a poco que sería posible mucho más de lo que sucede en la actualidad y que lo que es posible en este momento es definitivamente demasiado poco, y esto en todas partes.
Seguimos ocupados tratando de volver por fin a la normalidad que tanto anhelamos. Ya está claro que esta normalidad incluirá el Covid como enfermedad endémica, así como la necesidad existencial de transformar nuestras formas de vida, nuestra economía, nuestra movilidad, nuestra huella energética para adaptarnos y convertirnos en un elemento amigable y convivencial a futuro. Hasta ahora estamos fallando, unos más y otros menos, de todas maneras aplazándonos como colectividad de humanidad ante este imperativo.
Nuestro futuro, ¿víctima del pragmatismo?