Marcela Basch, (Periodista, licenciada en Letras y docente. Junto a Minka Banco de las Redes, coorganiza desde 2014 la Semana de la Economía Colaborativa.)
Todos estamos a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo. ¿Quién podría estar en contra de la justicia? Pero alcanza una consulta rápida mencionando las principales controversias de cualquier época para ver que no todos entendemos igual qué denomina esa palabra. Lo mismo pasa con otras, con todas. ¿Es libertad trabajar 40 horas por semana para elegir qué marca comprar en el supermercado? ¿Es amor un ataque de celos? El lenguaje natural es un consenso dinámico entre hablantes, una negociación siempre en proceso.
El lingüista ruso Valentín Voloshinov sostenía hace casi un siglo que los signos de la lengua son un campo de lucha ideológica. “Economía colaborativa” es un ejemplo paradigmático.
Según quién lo diga, puede buscar representar un sistema de producción y consumo más justo y humano o la versión más extractiva del hipercapitalismo salvaje.
Sopa de etiquetas
Economía colaborativa. Consumo colaborativo. Economía compartida. Economía del compartir. Economía del acceso. Economía a demanda. Economía del móvil. Economía de pares. Economía de la changa. Economía social y solidaria. Economía del regalo. Economía del bien común. Economía circular. Economía directa. Economía consciente. Economía azul. Economía naranja. Economía creativa. Bienes comunes. Procomún. Cultura libre. Cultura abierta. Datos abiertos. Sustentabilidad. Decrecimiento. Posdesarrollo. Emprendedorismo social. Empresas B. Comercio justo. Consumo responsable. Cooperativismo. Cooperativismo de plataforma. Capitalismo de plataforma. Ciudadano
prosumidor. Innovación cívica. Nuevas ciudadanías.
¿De qué hablamos cuando hablamos de economía colaborativa? Más que un término definido con rigor y grabado en piedra, es un paraguas de perspectivas alternativas al business as usual (“Negocios como de costumbre”), a la sociedad de mercado tradicional, que se relaciona con muchas otras miradas alternativas circulantes. “Alternativas” en sentidos que pueden ser muy distintos. El término cambia según quién lo use y cuándo, y en qué rasgos ponga el acento:
¿En los objetivos, en la organización social que se promueve, en los medios técnicos involucrados? Por eso, las etiquetas listadas arriban entran muchas veces en contradicción: la economía a demanda, que presenta como rasgo innovador ofrecer bienes y servicios a un clic de distancia, tiene poco que ver con el decrecimiento como movimiento hacia la sustentabilidad ambiental. La concentración de poder del capitalismo de plataforma es opuesta a la economía consciente y a la economía social y solidaria.
La Campaña por un Currículum Global de la Economía Social Solidaria presentó el proyecto de la Universidad del Buen Vivir en la reunión organizadora de la 2da parte del Foro Social Mundial de
Economías Transformadoras (FSMET) el día 3 de septiembre.
La iniciativa de la Universidad del Buen Vivir nació en la Celebración de la Campaña en el FSMET llevado a cabo en Barcelona en el mes de junio 2020 y estará presente en Aceptamos el Reto, última etapa del FSMET que se realizará con formato virtual del 23 de octubre al 22 de noviembre, en el marco de la Feria de Economía Solidaria de Cataluña (FESC).
El Buen Vivir constituye el paradigma epistémico pedagógico que opera como plataforma para la Campaña por un Currículum Global de la Economía Social Solidaria expresado en su carta de principios, que como proceso previo se plasmó en la actividad denominada Didáctica del Buen Vivir:
Conversaciones desde el Aula.
La experiencia acumulada realizada por los movimientos, redes y organizaciones sociales que constituyen el proyecto de la Universidad del Buen Vivir viene definiéndose en foros hacia otras economías, foros de finanzas éticas, redes de economía social solidaria, economía feminista, luchas por la justicia climática y pedagogías para la construcción de culturas de paz.
También forman parte de este proyecto la perspectiva político-educativa que abre el concepto de ciudadanía global en el marco del The Earth Care Framework¨* , los encuentros multiculturales y de los espacios campesino – pueblos originarios que establecen el claro principio acerca de que la
educación es decolonial, porque interpela la matriz que mercantilizó las esferas de la tierra, los-as cuerpos-as, el trabajo, el dinero y la forma de pensamiento, en términos de Polanyi.
La propuesta pedagógica de la Universidad del Buen Vivir está centrada en la desobediencia epistémica. Es una educación que critica al eurocentrismo, al capitalismo, al racismo epistémico y patriarcal. La educación decolonial parte de los aprendizajes de carácter comunal, no capitalista,
y de modos de reproducción no coloniales de la vida.
Los procesos formativos parten desde los proyectos de los territorios y de sus pueblos originarios, con propuestas reales conformadas para resolver las necesidades materiales, legales espirituales y culturales que existan en el mundo. Perspectiva denominada hoy territorios epistemológicos del Sur.
En una palabra, las prácticas pedagógicas que indagan, que se interrogan y profundizan contenidos acerca de problemas y acontecimientos que violan los derechos de los pueblos y atentan contra la dignidad de las personas y de las comunidades tendrán su espacio en la Universidad del buen
Vivir.
El diseño político educativo se estructura con movimientos, organizaciones sociales, campañas y redes decoloniales no capitalistas, antirracistas articulándose con grupos de diverso origen y espacios universitarios afines a nuestros objetivos, incluso considerando experiencias de los pueblos mayas de Guatemala y de otros espacios formativos que han incursionado por estos caminos que permita la reconstitución de esas filosofías cultivadas por los pueblos originarios en referencia a la vida.
El nuevo contexto a constituir, requiere del reconocimiento de los límites y contradicciones de las ciencias convencionales y dominantes de la matriz civilizatoria occidental moderna, base fundacional de las universidades convencionales. También del surgimiento de otros modelos paradigmáticos con nuevas perspectivas y nuevos sentidos que intentan responder a preguntas que los viejos paradigmas no hicieron, llenando vacíos que la ciencia convencional u occidental moderna no pudo, o no quiso
abarcar y revalorizando aquello que la ciencia desechó.
Para realizar aportes a la Universidad del Buen Vivir, la Campaña por un Currículum Global de la Economía Social Solidaria espera desarrollar reuniones internacionales en distintos idiomas: castellano, portugués, inglés, francés, japonés, coreano, entre otros idiomas que se consense y acorde a nuestros fines.
Invitamos a compañeros/ ras a participar activamente en este proyecto cooperativo y solidario aportando sus ideas, anhelos, y nuevas miradas sobre nuevos y viejos temas – sobre nuevos y viejos problemas- sobre todo aquello que nos deleita, preocupa e inquieta para construir en forma colectiva
saberes, propuestas y soluciones que nos permita mirar de nuevo a nuestro mundo – y que ahora es agobiado por la crisis ambiental, política, económica, ética, social entre otroscon más oportunidades para desarrollarnos con plenitud como seres humanos y sensibles a nuestra realidad.
Que nuestros hijos y nietos, conozcan y reconozcan esa responsabilidad de vivir en territorios que han sido cuidados por sus pueblos originarios. Una apertura a la reflexión epistemológica, donde el pensamiento y la acción dialógica se presentan como el interfaz para lograr la cocreación del pluralismo científico que aporte a la humanidad en la vida material, social y espiritual como parte de la vida cotidiana.
(*) Ese innovador cuadro de referencia de la Educación para la Ciudadanía Global en la perspectiva del Sur Global ha sido creado por el Colectivo Futuros Decoloniales, http: //decolonialfutures.net impulsado por personas de Brasil como Vanessa Andreotti, Davi Kopenawa y Airton Krenak. Muy resumidamente consiste en la propuesta de recalibrar las relaciones de los seres humanos con el conocimiento, con los traumas sociales y medos, con el Yo, en cuanto parte de la Tierra y con el Otro. Ese “mycellium” puede generar Justicia cognitiva, afectiva y relacional, o que torna posible que broten y crezcan yuntas la Justicia Ecológica y Económica. (Vea “La casa de la modernidad construida – Vanessa Andreotti)
Traducido por Stacco Troncoso, editado por Arianne Sved
En el año 1930, John Maynard Keynes pronosticó que, llegados a fin de siglo, la tecnología habría avanzado lo suficiente para que países como Gran Bretaña o Estados Unidos pudieran implementar una semana laboral de 15 horas. No faltan motivos para creer que tenía razón, dado que nuestra tecnología actual nos lo permitiría. Y sin embargo, no ha ocurrido. De hecho, la tecnología se ha encauzado, en todo caso, para inventar formas de que todos trabajemos más. Para lograrlo se han creado trabajos que, en efecto, no tienen ningún sentido. Enormes cantidades de personas, especialmente en Europa y Estados Unidos, se pasan la totalidad de su vida laboral realizando tareas que, en el fondo, consideran totalmente innecesarias. Es una situación que provoca una herida moral y espiritual muy profunda. Es una cicatriz que marca nuestra alma colectiva. Pero casi nadie habla de ello.
¿Por qué no se ha materializado nunca la utopía prometida por Keynes –una utopía que se seguía anhelando en los sesenta? La explicación más extendida hoy en día es que no supo predecir el aumento masivo del consumismo. Ante la disyuntiva de menos horas o más juguetes y placeres, hemos elegido colectivamente lo segundo. Nos presentan una fábula muy bonita pero, con sólo reflexionar un momento, veremos que no puede ser cierto. Indudablemente, hemos presenciado la creación de un sinfín de nuevos trabajos e industrias desde los años 20, pero muy pocas de ellas tienen que ver con la producción y distribución de sushi, de iPhones o de calzado deportivo de moda.
Entonces, ¿cuáles son exactamente estos nuevos trabajos? Un informe en el que se compara el desempleo de EE.UU. entre 1910 y el 2000 nos da una imagen muy clara (que, recalco, se ve prácticamente reflejada con exactitud en el Reino Unido). Durante el último siglo, ha disminuido drásticamente la cantidad de trabajadores empleados en el servicio doméstico, la industria y el sector agrario. Simultáneamente, “los puestos profesionales, directivos, administrativos, en ventas y en el sector de servicios” se han triplicado, creciendo “de una cuarta parte a tres cuartas partes de la totalidad de la fuerza laboral”. Es decir, tal y como estaba previsto, muchos trabajos productivos se han automatizado (aunque se tome en cuenta la totalidad de trabajadores industriales del mundo, incluyendo la gran masa de trabajadores explotados de India y China, estos trabajadores ya no representan un porcentaje de la población mundial tan elevado como antaño).
Pero en vez de permitir una reducción masiva del horario laboral de modo que todo el mundo tenga tiempo libre para centrarse en sus propios proyectos, placeres, visiones e ideas, hemos presenciado una dilatación, no tanto del “sector de servicios” como del sector administrativo. Esto incluye la creación de nuevas industrias, como son los servicios financieros o el telemarketing, y la expansión de sectores como el derecho corporativo, la administración de la enseñanza y de la sanidad, los recursos humanos y las relaciones públicas. Estas cifras ni siquiera reflejan a toda las personas que se dedican a proveer apoyo administrativo, técnico o de seguridad para esas industrias, por no mencionar toda la gama de sectores secundarios (cuidadores de perros, repartidores de pizza nocturnos) que tan solo deben su existencia a que el resto de la población pase tantísimo tiempo trabajando en otros sectores.
Estos trabajos son lo que propongo denominar “curros inútiles”.
Es como si alguien estuviera inventando trabajos sin sentido solo para tenernos a todos ocupados. Y aquí precisamente es donde reside el misterio. Esto es exactamente lo que no debería ocurrir en el capitalismo. Es cierto que en los antiguos e ineficientes estados socialistas como la Unión Soviética, donde el empleo era considerado tanto un derecho como una obligación sagrada, el sistema creaba todos los empleos que hicieran falta (éste es el motivo por el que en las tiendas soviéticas “se necesitaban” tres tenderos para vender un solo filete). Pero claro, se supone que este tipo de problemas se arregla con la competitividad de los mercados. Según la teoría económica dominante, derrochar dinero en puestos de trabajo innecesarios es lo que menos interesa a una compañía con ánimo de lucro. Y aún así, no se sabe muy bien por qué, pero ocurre.
Aunque muchas empresas se dediquen a recortar sus plantillas despiadadamente, estos despidos, y el correspondiente aumento de responsabilidades para los que permanecen, invariablemente recaen sobre quienes se dedican a fabricar, transportar, reparar y mantener las cosas. Debido a una extraña metamorfosis que nadie es capaz de explicar, la cantidad de administrativos asalariados parece seguir en expansión. El resultado, y esto ocurría también con los trabajadores soviéticos, es que cada vez hay más empleados que teóricamente trabajan 40 o 50 horas semanales pero que, en la práctica, solo trabajan esas 15 horas que predijo Keynes porque pasan el resto de su jornada organizando o atendiendo talleres motivacionales, actualizando sus perfiles de Facebook o descargándose temporadas completas de series de televisión.
Evidentemente, la respuesta no es económica sino moral y política. La clase dirigente se ha dado cuenta de que una población productiva, feliz y con abundante tiempo libre representa un peligro mortal (recordemos lo que empezó a pasar la primera vez que hubo siquiera una aproximación a algo así, en los años sesenta). Por otra parte, la noción de que el trabajo es una virtud moral en sí mismo y que todo aquel que no esté dispuesto a someterse a una disciplina laboral intensa durante la mayor parte de su vida no merece nada, les resulta de lo más conveniente.
En cierta ocasión, al observar el aumento aparentemente ilimitado de las responsabilidades administrativas en las instituciones académicas británicas, me imaginé una posible visión del infierno. El infierno es un grupo de individuos que pasan la mayor parte de su tiempo desempeñando tareas que ni les gustan, ni se les dan especialmente bien. Imaginemos que se contrata a unos ebanistas altamente cualificados y que éstos, de repente, descubren que su trabajo consistirá en pasarse gran parte de la jornada friendo pescado. Es más, se trata de un trabajo innecesario –solo hay una cantidad muy limitada de pescados que freír. Aun así, todos se vuelven tan obsesivamente resentidos ante la sospecha de que algunos de sus compañeros pasan más tiempo tallando madera que cumpliendo con sus responsabilidades como freidores de pescado, que pronto nos encontramos con montañas de pescado mal cocinado desperdigado por todo el taller, y acaban dedicándose a eso exclusivamente.
Creo que es una descripción bastante acertada de la dinámica moral de nuestra propia economía.
Soy consciente de que argumentos como éste se toparán con objeciones inmediatas: “¿Quién eres tú para determinar qué trabajos son ‘necesarios’? ¿Qué es necesario, a todo esto? Eres profesor de antropología, explícame qué necesidad hay de eso.” (De hecho, muchos lectores de prensa-basura valorarían mi trabajo como la definición por excelencia de una inversión social desperdiciada.) Y, en cierto sentido, esto es indudablemente cierto. No hay forma objetiva de medir el valor social.
No me atrevería a decirle a una persona que está convencida de aportar algo importante a la humanidad que, en realidad, está equivocada. Pero, ¿qué pasa con quienes tienen la certeza de que sus trabajos no sirven de nada? Hace poco retomé el contacto con un amigo de la escuela que no veía desde que teníamos 12 años. Me quedé atónito al descubrir que, primero, se había hecho poeta y, más adelante, fue el vocalista de un grupo de rock indie. Incluso había escuchado algunos de sus temas en la radio sin tener ni idea de que el cantante era mi amigo de la infancia. No cabe duda de que era una persona innovadora y genial, y que su trabajo había mejorado y alegrado la vida de muchas personas alrededor del planeta. Pero, tras un par de discos fracasados, perdió su contrato discográfico y, con la presión añadida de numerosas deudas y una hija recién nacida, acabó, tal y como él lo describió, “eligiendo la opción que, por defecto, eligen muchas personas sin rumbo: matricularse en derecho”. Ahora es abogado mercantil para un prestigioso bufete neoyorquino. Mi amigo no titubeó en admitir que su trabajo carecía de valor alguno, que no contribuía nada al mundo y que, según su criterio, ni siquiera tendría que existir.
Llegados aquí, podemos plantearnos una serie de preguntas. La primera sería: ¿qué dice esto de nuestra sociedad, que parece generar una demanda extremadamente reducida de poetas y músicos talentosos, pero una demanda aparentemente infinita de especialistas en derecho empresarial? (Respuesta: si un 1% de la población controla el grueso de las rentas disponibles, el denominado “mercado” reflejará lo que ellos, y nadie más que ellos, perciben como útil o importante). Es más, esto demuestra que la gran mayoría de estos empleados son conscientes de ello en realidad. De hecho, creo que jamás he conocido a un abogado mercantil que no pensara que su trabajo era una sandez. Podríamos decir lo mismo de casi todos los sectores nuevos mencionados anteriormente. Existe toda una clase de profesionales asalariados que, al toparte con ellos en una fiesta y confesarles que te dedicas a algo que podría considerarse interesante (como, por ejemplo, la antropología) evitan hablar de su profesión a toda costa. Pero después de unas cuantas copas, te sueltan toda una diatriba sobre la inutilidad y estupidez de su trabajo.
Aquí contemplamos una profunda violencia psicológica. ¿Cómo vamos a plantearnos una discusión seria sobre la dignidad laboral cuando hay tanta gente que, en el fondo, cree que su trabajo ni siquiera debería existir? Inevitablemente, esto da lugar al resentimiento y a una rabia muy profunda. El peculiar ingenio de esta sociedad reside en el hecho de que nuestros dirigentes han hallado la manera –como en el ejemplo de los freidores de pescado– de que esa rabia se dirija precisamente en contra de quienes desempeñan tareas provechosas. Por ejemplo, parece que existe una regla general que dictamina que, cuanto más claramente beneficioso para los demás es un trabajo, peor se remunera. De nuevo, es muy difícil dar con una evaluación objetiva, pero una forma fácil de hacernos una idea sería preguntando: ¿qué pasaría si todos estos sectores laborales desaparecieran sin más? Se diga lo que se diga de las enfermeras, los basureros o los mecánicos, es evidente que si se esfumaran en una nube de humo, los resultados serían inmediatos y catastróficos. Un mundo sin profesores o trabajadores portuarios no tardaría en encontrarse en apuros, e incluso un mundo sin escritores de ciencia ficción o músicos de Ska sería, sin duda, un mundo peor. No está del todo claro cuánto sufriría la humanidad si todos los inversores de capital privado, grupos de presión parlamentaria, investigadores de relaciones públicas, actuarios, vendedores telefónicos, alguaciles o asesores legales se esfumaran de golpe. (Hay quien sospecha que todo mejoraría notablemente). No obstante, exceptuando algunos ejemplos bastante manidos, como el de los médicos, dicha “regla” se cumple con sorprendente frecuencia.
Aún más perversa es la noción generalizada de que así es como deben ser las cosas. Este es uno de los secretos del éxito del populismo de derecha. Podemos comprobarlo cuando la prensa sensacionalista suscita el recelo contra los trabajadores del metro londinense por paralizar el servicio durante una disputa contractual. El solo hecho de que los trabajadores de metro pueden paralizar todo Londres demuestra la necesidad de la labor que desempeñan, pero es precisamente esto lo que parece incordiar tanto a la gente. En Estados Unidos van aún más lejos; los Republicanos han tenido mucho éxito propagando el resentimiento hacia los profesores o los obreros del sector automovilístico al llamar la atención sobre sus salarios y prestaciones sociales supuestamente excesivos (y no hacia los administradores de las escuelas o los directivos de la industria automovilística, que son quienes causan los problemas, lo cual es significativo). Es como si les estuvieran diciendo “¡Pero si tenéis la suerte de enseñar a niños! ¡O de fabricar coches! ¡Hacéis trabajos de verdad! Y, por si fuera poco, ¡tenéis la desfachatez de reclamar pensiones y atención sanitaria equivalentes a las de la clase media!”.
Si alguien hubiera diseñado un régimen laboral con el fin exclusivo de mantener los privilegios del mundo de las finanzas, difícilmente podría haberlo hecho mejor. Los verdaderos trabajadores productivos sufren una explotación y una precariedad constantes. El resto se reparte entre el estrato aterrorizado y universalmente denigrado de los desempleados y esa otra capa más grande que básicamente recibe un salario a cambio de no hacer nada en puestos diseñados para que se identifiquen con la sensibilidad y la perspectiva de la clase dirigente (directivos, administradores, etc.) –y en particular, de sus avatares financieros– pero que, a la vez, fomentan el creciente resentimiento hacia cualquiera que desempeñe un trabajo de indiscutible valor social. Evidentemente, este sistema no es fruto de un plan intencionado sino que emergió como resultado de casi un siglo de ensayo y error. Pero es la única explicación posible de por qué, a pesar de nuestra capacidad tecnológica, no se ha implantado la jornada laboral de tres o cuatro horas.
David Graeber (Nueva York, 1961) fue un antropólogo y activista anarquista estadounidense.
Hijo de intelectuales judíos de clase obrera, Graeber creció en Nueva York en una cooperativa de vivienda y se declaró anarquista a los 16 años. Se graduó de la Academia Phillis, Andover, en 1978 y recibió su título de la Universidad Estatal de Nueva York en 1984. Adicionalmente, tiene un doctorado de la Universidad de Chicago, donde obtuvo una beca Fullbright y presentó su tesis sobre magia, esclavitud y política en Madagascar.
Como académico, Graeber fue profesor adjunto en la Universidad de Yale desde 1998 hasta mayo de 2005, cuando el departamento de antropología decidió no renovarle el contrato. Dado el prestigio académico de Graeber como antropólogo, sus seguidores denunciaron el carácter político del despido. En diciembre de 2005, Graeber acordó dejar la universidad después de un año sabático remunerado.
Como autor, sus obras incluyen “Fragments of an Anarchist Anthropology” (Traducido al español como “Fragmentos de antropología anarquista”) y “The False Coin of Our Own Dreams”. “Debt: The First 5000 Years” (publicado en España como “En deuda: Una historia alternativa de la economía”) es un monográfico que pone en entredicho la teoría académica de que el dinero fue creado para dar solución a la complejidad creciente de los sistemas de trueque. Graeber demuestra que se trata de una versión de la historia sin fundamento antropológico para, a continuación, realizar un análisis minucioso de los últimos 5000 años de historia económica.
Como activista, Graeber fue partícipe de las protestas antiglobalización en contra del Foro Económico Mundial en Nueva York en 2002 y fue uno de los primeros organizadores de Occupy Wall Street en 2011.
Su última obra, “The Democracy Project: A History, a Crisis, a Movement”, analiza el significado de la palabra “democracia” y los eventos históricos asociados con la misma, desde el nacimiento de la Democracia Ateniense hasta la gestación de Occupy, y propone un modelo renovado de democracia, basado en el consenso, la igualdad y la participación.
Fernando García-Quero (Universidad de Granada y Economistas sin Fronteras)
Jorge Guardiola (Universidad de Granada y Economistas sin Fronteras)
Tú no puedes comprar el viento. Tú no puedes comprar el sol. Tú no puedes comprar la lluvia. Tú no puedes comprar el calor. Tú no puedes comprar las nubes. Tú no puedes comprar los colores. Tú no puedes comprar mi alegría. Tú no puedes comprar mis dolores.
Calle 13, “Latinoamérica”.
Hace más de una década que el concepto de Buen Vivir (suma qamaña en vocabulario aymara bolivariano y sumak kawsay en quechua ecuatoriano) irrumpió con fuerza en la arena política y académica internacional. Su incorporación en los debates constituyentes de Bolivia y Ecuador y posteriormente en las constituciones de ambos países (Bolivia, 2009; Ecuador, 2008) supuso el punto de partida de una intensa literatura que ha girado en torno a sus significados, sus prácticas y sus influencias. Si bien son numerosas las publicaciones científicas sobre la temática, las discusiones no han trascendido aún lo suficiente al “gran público”, al menos más allá de la órbita latinoamericana.
Por lo general, cuando se menciona Buen Vivir (BV) en el contexto europeo-español, y hablamos con conocimiento de causa, pareciese que se habla de ocio y tiempo libre, de cerveza y playa o de un eslogan publicitario. Son pocas las personas que, más allá de verse atraídas por lo llamativo del término, conocen su carga teórica-política y saben que ésta puede alumbrar formas renovadas de convivencia armónica para todos los seres vivos del planeta. Con la publicación que tienen entre manos (o en la pantalla de sus dispositivos electrónicos) no sólo intentamos hacer más accesible el conocimiento sobre la temática, también pretendemos exponer algunos de los últimos debates en torno a la misma y conectarlos con otras propuestas de crítica social amenazadoras para el pensamiento único y su mantra repetido hasta la saciedad “there is no alternatives (no hay alternativas)”.
Para ello contamos con seis aportaciones de personas vinculadas a la academia y a los movimientos sociales. Ellas y ellos analizan algunas de las discusiones contemporáneas relacionadas con el BV, sus antecedentes, contenidos, fines, propuestas y problemáticas. En la primera contribución (“Alternativas al desarrollo y Buen Vivir”), Eduardo Gudynas (Centro Latinoamericano de Ecología Social, Uruguay) repasa el surgimiento del BV, sus usos (original, restringido, genérico), pluralidades y coincidencias. Nos muestra cómo las ideas englobadas bajo su denominación son mucho más que folklore indígena y suponen una oportunidad global de lucha y alternativas contra las fallidas estrategias convencionales de desarrollo. Su texto ofrece una panorámica general de posibles puntos de confluencia o distanciamiento entre ensayos progresistas (sudamericanos y europeos) y las ideas originales del BV.
En una línea argumental similar, Adrián Beling (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina) y Julien Vanhulst (Universidad Católica del Maule, Chile) dedican su texto (“Aportes para una genealogía glocal del Buen Vivir”) a demostrar, mediante una exhaustiva revisión histórica y una propuesta de reconstrucción genealógica, como el BV permite fertilizaciones cruzadas con otros discursos holistas y eco-céntricos de transición. En su propuesta identifican siete factores contextuales a nivel internacional, seis a nivel regional-local y cuatro fases por las que ha transitado la emergencia del discurso sobre el BV: antes de la década de 2000, preludio a los procesos de reforma constitucional (2000-2008), reformas constitucionales y materializaciones institucionales y programáticas (2007-2009), post-constituyente (2010 -2016).
La siguiente aportación (“La compleja construcción histórica del Vivir Bien en Bolivia: de resistencias indígenas a política del Estado”) está a cargo de Eija Ranta (University of Helsinki, Finlandia). La autorarealiza un minucioso recorrido histórico a partir de las luchas indígenas ligadas a la tierra, el territorio, la autonomía y la autodeterminación de las comunidades en Bolivia. A través de su experiencia de campo en este país, nos muestra cómo el culturalismo indígena, el katarismo indígena-campesino, las organizaciones de la educación intercultural bilingüe y las luchas de anti-globalización se combinaron internamente en una agenda política estatal heterogénea y diversa: el Vivir Bien boliviano.
El texto (“Desarrollo Humano, Ética y Cosmovisión Andina”) de Ana E. Carballo (University of Melbourney, Australia) está centrado en analizar las conexiones y discordancias entre las propuestas éticas presentes en el enfoque de Desarrollo Humano (DH) y las vinculadas a la filosofía andina del BV (principalmente a las nociones de ayllu y pachamama). En su contribución advierte que las convergencias entre DH y BV, lejos de ofrecer un cuestionamiento profundo de las ideas coloniales occidentales y modernas, permiten la construcción de paradigmas menos específicos (“paradigma del desarrollo humano”) que las refuerzan, cooptando su capacidad crítica y despolitizando proyectos políticos alternativos.
Patricio Carpio Benalcázar (Universidad de Cuenca, Ecuador), en su aportación (“El Buen Vivir y la Economía Social y Solidaria”), tras un breve repasosobre algunas de las teorías que han girado en torno a los debates del desarrollo, presenta algunos de los “nutrientes” epistemológicos y partes integrantes constitutivas del BV (pluridiversidades, soberanías, eco-armonías y otras economías). Posteriormente, muestra diferentes perspectivas (sustentabilidad, satisfacción, equidad, articulación y soberanías, entre otras) que deben ser incluidas para generar una Economía Social y Solidaria en concordancia con el paradigma del BV y la Constitución ecuatoriana.
La última contribución (“La sostenibilidad de la vida como eje para convergencias teóricas y políticas”), elaborada por Silvia Vega Ugalde (Universidad Central del Ecuador) aboga por la necesidad de reorganizar colectivamente el funcionamiento de la sociedad y de la economía para poner en el centro la reproducción y el cuidado de la vida. Su texto muestra como el significado dado por los feminismos a la noción de sustentabilidad de la vida no está presente en las connotaciones que esta categoría adquiere en otros paradigmas de transición (ecologismos, sumak kawsay, economía social y solidaria, decrecimiento y comunitarismo). Por ello, la problematización del orden androcéntrico debe insertarse horizontalmente en cualquier propuesta teórica y política transformadora. Generar convergencias reales requerirá de un esfuerzo ideológico-teórico-político deliberado.
Los textos presentados tienen diversas aristas que contribuyen a reseñar la necesidad de construir “nuevas” formas de organización y convivencia expandidas comunitaria y ecológicamente (buenos vivires). Para éstas, la sostenibilidad de la vida, de la comunidad y de la naturaleza tienen que situarse en el centro del debate, lo que conllevará marcos éticos que asignen y reconozcan el valor intrínseco de la vida no humana. El BV, y los buenos vivires, son alternativas a tener muy en consideración en el presente, sin embargo será necesario ponerlas en acción mediante actuaciones locales conectadas a sus territorios e inspiradas en procesos continuados de reflexión comunitaria. Esperamos que este dossier ayude humildemente a la tarea. Queda mucho por hacer pero, como dice Benjamín Prado, “ya no es tarde”.
Siempre ha habido movimientos que discrepan con el sistema monetario, cómo funciona y a quién beneficia. Sin embargo, después de la crisis financiera de 2008 ha surgido una nueva oleada de agitadores pecuniarios, cada uno con ideas muy diferenciadas sobre lo que significa el dinero. Desde los predicadores del bitcoin hasta los abanderados de la teoría monetaria moderna, estos rebeldes del dinero se han repartido en bandos enfrentados.
Siempre ha habido movimientos que discrepan con el sistema monetario, cómo funciona y a quién beneficia. Sin embargo, después de la crisis financiera de 2008 ha surgido una nueva oleada de agitadores pecuniarios, cada uno con ideas muy diferenciadas sobre lo que significa el dinero. Desde los predicadores del bitcoin hasta los abanderados de la teoría monetaria moderna, estos rebeldes del dinero se han repartido en bandos enfrentados.
Para comprender a estos grupos y por qué luchan es importante que entendamos el sistema que cuestionan. Nuestro sistema monetario se caracteriza por los bancos centrales nacionales y las tesorerías, que emiten la base monetaria. Dicha base engloba el dinero físico en efectivo que tenemos en la cartera y también reservas, es decir, dinero digital en un formato especial que los bancos comerciales guardan en sus cuentas centrales, fuera de nuestro alcance.
Estas entidades se dedican entonces a aumentar la masa monetaria emitiendo una segunda capa de dinero sobre el dinero del banco central, mediante un proceso llamado multiplicador monetario (a veces, reserva fraccionaria). De esta forma se crea el dinero de la banca comercial, que aparece en nuestras cuentas en forma de depósitos.
Los pormenores son sutiles y complejos (sobre todo a nivel internacional), pero la interacción de estos agentes que emiten el dinero y lo sacan de la circulación hace que la masa monetaria se expanda y se contraiga, como un pulmón al respirar. Los grupos que abogan por una reforma monetaria apuntan a diferentes elementos de esta dinámica. Aquí tenemos cinco ejemplos:
Los guerreros del dinero público
Cuando amanece decimos que sale el sol, pero en realidad el sol está siempre en el mismo sitio y el amanecer es una ilusión creada por la rotación de la Tierra. La teoría monetaria moderna plantea que la noción que tenemos del dinero público trae un espejismo parecido: a menudo decimos que un gobierno central “recauda dinero” mediante los impuestos y después lo gasta, pero la realidad es que son las instituciones gubernamentales las que crean el dinero al gastarlo por primera vez y lo retiran de la circulación al exigir el pago de impuestos. Si el gobierno emite el dinero, ¿por qué tiene que pedir que se lo devuelvan?
Los partidarios de la teoría monetaria moderna esgrimen que la idea de que a un gobierno se le puede acabar el dinero como a cualquier hogar o empresa es una mera ilusión. Un gobierno solo puede quedarse sin dinero si no acuña su propia moneda soberana (como ocurre con los países de la Unión Europea que han optado por el Euro), o bien si se ha fijado un límite político sobre la emisión de moneda. En el segundo caso, los gobiernos primero deben recuperar el dinero mediante la recaudación fiscal (y otros medios) antes de volver a emitirlo en otro lugar.
Por esto, los partidarios de la teoría monetaria moderna no les compran a los conservadores el argumento de que “no hay dinero” cuando estos quieren recortar en sanidad y educación. “Los gobiernos que tienen el monopolio de su moneda siempre pueden sufragar las políticas prioritarias”, declara Pavlina Tcherneva, catedrática de Economía en el Levy Economics Institute del Bard College de Nueva York.
Según la teoría monetaria moderna, si hay personas en desempleo que quieren trabajar y recursos materiales para que lo hagan, el gobierno federal puede emitir dinero nuevo sin generar inflación, porque el incremento de la masa monetaria vendrá acompañado de un aumento de la producción. “El objetivo es poner las arcas públicas al servicio del interés general sin acelerar la inflación”, apuntó Stephanie Kelton, catedrática de Políticas Públicas y Economía en la Universidad de Stony Brook y antigua asesora jefe del senador independiente de Vermont Bernie Sanders.
Los reformistas del dinero bancario
Los reformistas del dinero bancario quieren cambiar el poder que ostenta la banca comercial para crear dinero. Otros grupos critican el sistema basado en el dinero bancario de entidades comerciales, aduciendo que genera inestabilidad económica, sobrendeudamiento y concentración de poder en manos de los bancos: esos mismos bancos que nos llevaron a la crisis financiera de 2008.
Los bancos comerciales crean dinero nuevo al conceder préstamos. El ala moderada del movimiento reformista de la banca arguye que, ya que el gobierno les otorga ese privilegio, las entidades y sus préstamos deberían estar sometidas a un mayor escrutinio democrático. Las posturas más duras, por otra parte, defienden que debería prohibirse directamente la creación de dinero por parte de los bancos.
El movimiento que aspira a poner coto al dinero bancario es más diverso políticamente que el de la teoría monetaria moderna. Esta idea se ha granjeado el apoyo de algunos liberales, como el economista ya fallecido Murray Rothbard, economistas neoclásicos como Irving Fisher y también grupos de izquierda, como el Partido Verde británico, que plantea que la creación de dinero por parte de la banca conlleva crisis medioambientales y dominación empresarial.
Sus recetas son diversas: Dinero Positivo (movimiento hermano del británico Positive Money, que elabora estudios y campañas sobre política monetaria en Reino Unido) aboga por que la creación de dinero sea competencia exclusivamente de un órgano público democrático, transparente y que rinda cuentas, dando lugar a un sistema de “dinero soberano” donde todos podamos tener una cuenta en el banco central. Esta propuesta es distinta de una banca de reserva 100 %, en cuyo caso tu banco debería disponer de reservas que respalden la totalidad de los depósitos de tu cuenta.
Los cruzados de las criptomonedas
Los cruzados de las criptomonedas no solo rechazan el sistema monetario nacional y el papel de la banca comercial, sino que rechazan de plano el concepto del liberales (donde el dinero se “crea de la nada” gracias a las leyes o a un pacto social) y piden que se sustituya con “dinero mercancía” (que se “crea a partir de algo” mediante un proceso de producción). Estos grupos han recogido el testigo de los goldbugs (literalmente, “escarabajos del oro”), que aspiraban a restablecer el patrón oro.
Este movimiento comenzó con el Bitcoin y argumenta que el mejor sistema monetario es uno que no dependa de la política humana. Dicha idea se encuadra en una tradición filosófica según la cual los sistemas deberían regirse por los límites que marque Dios, la física o las matemáticas, en lugar de las leyes que elaboran los políticos. Por ejemplo, en el caso del oro existen límites geológicos a la cantidad de oro que se puede hallar y extraer. En el caso del Bitcoin, el sistema fija un máximo de dinero que puede emitirse y obliga a los participantes a “minarlo” como si fuera un recurso natural.
Los partidarios más ortodoxos del Bitcoin creen que el verdadero dinero es un bien de oferta limitada que debe extraerse mediante un proceso de producción, por lo que sostienen que el dinero fiduciario (que crean los bancos o los países) es un dinero artificial o engañoso, controlado por unos poderes corruptos. Hay un cierto puritanismo en estos cruzados de las criptomonedas que desconfían de las instituciones humanas y se encomiendan al orden “divino” abstracto de las matemáticas y los mercados.
Mientras otras corrientes como la teoría monetaria moderna se apoyan en las instituciones humanas, los criptocruzados consideran que la política es un quehacer absurdo. Esa desconfianza es sintomática: muchas veces el movimiento está tan enfrentado con el sistema crediticio como consigo mismo, como demuestran las encarnizadas luchas intestinas entre los partidarios de las diferentes criptodivisas.
No obstante, son los reformistas monetarios más acaudalados ya que, irónicamente, muchos usuarios de las criptomonedas se han hecho millonarios en la moneda fiduciaria que tanto dicen detestar.
Los localistas
Las monedas alternativas no gubernamentales ya estaban ahí mucho antes de que surgieran las criptomonedas. Estas originales alternativas al dinero corriente engloban sistemas de crédito mutuo, bancos de tiempo (donde se emplea el tiempo para medir cuántos créditos se ganan) y monedas sociales y locales, como la libra de Brixton y sistemas como el Wir suizo, una moneda que se usa entre empresas.
Esta tradición también recela de los grandes sistemas monetarios donde interactúan el gobierno y la banca privada, pero, en lugar de exigir que dichos sistemas se sustituyan por un algoritmo robótico, proponen que las comunidades más pequeñas dispongan de competencias para acuñar una moneda local.
Al contrario que los promotores de las criptomonedas, para estos grupos no hay problema con “crear dinero de la nada”, sino más bien con quién lo hace y en qué magnitud. Creen que los sistemas a gran escala alienan a las personas y disuelven las comunidades que están íntimamente unidas.
Un sistema de crédito mutuo como el Sardex de Cerdeña, por ejemplo, no rechaza la idea de la expansión y la contracción de la masa monetaria, pero integra a la comunidad de la isla a la hora de decidir en qué términos ocurre.
Mientras los demás movimientos hablan alto y claro, los entusiastas de las monedas sociales complementarias a nivel local suelen mantener un perfil bajo, son más humildes y, aunque mal remunerados, trabajan para construir estructuras resilientes en sus comunidades.
“Las monedas locales cambian cómo se emite el dinero, cómo circula y en qué se puede gastar para relocalizar economías, fomentar conductas más ecológicas y apoyar a la pequeña empresa”, declara Duncan McCann de la New Economics Foundation.
La alianza de los criptocréditos: el crédito mutuo y la tecnología blockchain se dan la mano
Este es el movimiento menos conocido o con menos desarrollo, pero quizás sea el más emocionante. Hay iniciativas incipientes, como Trustlines, Holochain, Sikoba, Waba y Defterhane, que buscan crear un híbrido entre alternativas más antiguas, como los sistemas de crédito mutuo, y las arquitecturas de cadenas de bloques sobre las que se construyen las criptomonedas. Tienen cosas en común tanto con los partidarios de la teoría monetaria moderna, que considera que el dinero entendido como mercancía es un atraso, como con los promotores de las criptomonedas, que quieren sacar al gobierno de la ecuación.
Las criptomonedas suscitaron una oleada de creatividad, aunque en gran medida esta se echó a perder en una corriente tóxica de especulación. Por otra parte, los movimientos localistas que promueven el crédito mutuo tienen ideas potentes, pero a menudo no logran darles difusión ni diseminarse. Los grupos más innovadores están explorando las posibilidades creativas que ofrecería la unión de ambos sistemas para solucionar las carencias que tienen por separado.
La renta básica universal (RBU), también llamada renta básica incondicional es una forma de sistema de seguridad social en la que toda/os la/os ciudadana/os o residentes de un país reciben regularmente una suma de dinero sin condiciones, ya sea desde un gobierno o alguna otra institución pública, además de cualquier ingreso recibido de otros lugares. La recibe todo miembro de pleno derecho o residente de la sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre.
Sabemos que el capitalismo no solo es la forma más sensata de organizar una economía, sino que ahora, además, es la única opción posible. Sabemos que quien no esté de acuerdo con esta convención puede y debe ser ignorado. Ya ni siquiera hay que perseguir a esos herejes: claramente, son insignificantes.
¿Cómo sabemos todo esto? Porque nos lo cuentan, sin descanso, aquellos que a menudo tienen mucho que ganar con tales afirmaciones, especialmente los empresarios y su cohorte de funcionarios y apologetas en las escuelas, las universidades, los medios de comunicación de masas y la política en general. El capitalismo no es una opción, sino que simplemente es un estado natural. Quizá no un estado natural, sino el estado natural. Hoy en día, oponerse al capitalismo es como oponerse al aire que respiramos. Rebatir el capitalismo, nos dicen, es simple y llanamente una locura.
Una y otra vez, nos cuentan que el capitalismo no solo es el sistema que tenemos, sino el único sistema que podemos tener. No obstante, estas sentencias contienen algo que nos escama a muchos. ¿De verdad que esta es la única opción? Nos dicen que no debemos pensar siquiera en esas cosas. Pero no podemos evitar pensar: ¿será este el “fin de la Historia”, en el sentido en que los grandes pensadores se refieren con eso a la victoria definitiva del capitalismo mundial? Si este es el fin de la Historia en ese sentido, cabe preguntarse si el verdadero fin del planeta queda muy lejos.
Estas dudas nos asaltan, nos sacuden, nos incordian: y con toda la razón. El capitalismo (o, de manera más precisa, el capitalismo corporativo y depredador que define y domina nuestras vidas) acabará con nosotros si no escapamos de él. Para las políticas progresistas, es crucial dar con un lenguaje que articule esa realidad, no apelando a un dogma caduco que resulte ajeno, sino con palabras sencillas que permitan a la gente identificarse con ellas. Deberíamos estar buscando maneras de explicar a nuestros colegas junto a la máquina de café (una política radical en cinco minutos o menos) por qué debemos abandonar el capitalismo corporativo y depredador. Si no lo logramos, nos encontraremos frente al fin de la civilización, un final que traerá más tormento que éxtasis.
Aquí va mi propuesta de lenguaje para estos argumentos:
Está claro que el capitalismo es un sistema increíblemente productivo que ha creado una avalancha de bienes sin precedentes en este mundo. También es un sistema fundamentalmente 1. inhumano, 2. antidemocrático y 3. insostenible. El capitalismo nos ha dado muchas cosas a los que vivimos en el Primer Mundo (muchas de ellas de valor marginal o cuestionable) a cambio de nuestras almas, nuestra esperanza en una política progresista y la posibilidad de que nuestros hijos tengan un futuro decente.
En resumen, o cambiamos o morimos política, espiritual y literalmente.
1. El capitalismo es inhumano
Existe una teoría que respalda el capitalismo contemporáneo. Nos dicen que, como somos animales egoístas e interesados, un sistema económico debe recompensar los comportamientos egoístas e interesados para poder tener éxito.
¿Somos egoístas e interesados? Por supuesto. Al menos, yo a veces soy así. Pero también somos capaces de ser empáticos y desinteresados de una manera igual de evidente. Desde luego que podemos actuar de forma competitiva y agresiva, pero también tenemos la capacidad de demostrar solidaridad y tender a la cooperación. En definitiva, la naturaleza humana es un abanico amplio. Claro que nuestras acciones hunden sus raíces en nuestra naturaleza, pero, hasta donde sabemos, esta última presenta muchas variaciones. En las situaciones donde la empatía y la solidaridad son la norma, actuamos en consecuencia; en las situaciones donde se recompensan la competitividad y la agresividad, la mayoría tiende a comportarse así.
¿Por qué tenemos que elegir un sistema económico que menoscabe los aspectos más dignos de nuestra naturaleza y refuerce los más inhumanos? Porque nos dicen que la gente es así y no hay más que hablar. ¿Qué pruebas hay de eso? Mira a tu alrededor, nos dicen, observa cómo se comporta la gente. Miremos donde miremos, veremos avaricia e intereses egoístas. Vaya, así que la prueba de que predominan los rasgos egoístas de nuestra naturaleza es que, cuando se nos fuerza a vivir en un sistema que recompensa el egoísmo, la gente actúa de esa manera. ¿No parece un razonamiento ligeramente circular?
2. El capitalismo es antidemocrático
Esta es sencilla: el capitalismo es un sistema que concentra la riqueza. Si se concentra la riqueza de una sociedad, se concentra el poder. ¿Hay algún ejemplo en la historia que demuestre lo contrario?
A pesar de todos los ademanes de la democracia formal en los Estados Unidos de hoy en día, todo el mundo entiende que son los ricos quienes fijan, a grandes rasgos, las líneas de políticas públicas que está dispuesta a aceptar la inmensa mayoría de cargos electos. El pueblo puede resistirse y lo hace: de vez en cuando, algún político se une a su bando; no obstante, la resistencia requiere un esfuerzo extraordinario. Los que resisten alcanzan victorias, algunas alentadoras, pero a día de hoy la riqueza concentrada sigue llevando la voz cantante. ¿Qué forma es esta de llevar una democracia?
Si entendemos que una democracia es un sistema que ofrece a las personas de a pie una forma de participar significativamente en la concepción de las políticas públicas, en lugar de ofrecerles meramente el papel de ratificar las decisiones que toman los poderosos, entonces queda claro que el capitalismo y la democracia se excluyen mutuamente.
Veamos un ejemplo. En nuestro sistema, creemos que la regla de una persona-un voto, junto a la protección de las libertades de expresión y asociación, es lo que garantiza la igualdad en términos políticos. Cuando acudo a las urnas, yo tengo un voto. Cuando Bill Gates va a las urnas, dispone de un voto. Tanto Bill como yo podemos hablar con libertad y asociarnos con los demás por motivos políticos. Por ello, como ciudadanos iguales en nuestra estupenda democracia, Bill y yo tenemos las mismas oportunidades de acceder al poder político, ¿verdad que sí?
3. El capitalismo es insostenible
Esta es aún más fácil. El capitalismo es un sistema que se basa en la idea del crecimiento ilimitado. Que yo sepa, este planeta tiene límites. Solo hay dos formas de salir de este atolladero: quizá pronto demos el salto a otro planeta. O, quizá porque necesitamos encontrar formas de lidiar con estos límites físicos, inventaremos tecnologías cada vez más complejas para superar dichos límites.
Ambas posturas son igualmente engañosas. Los engaños pueden consolarnos de manera temporal, pero no sirven para resolver los problemas. De hecho, tienden a causar más problemas, problemas que parece que se van amontonando.
Por supuesto, el capitalismo no es el único sistema insostenible que ha diseñado la humanidad, pero lo es de la manera más obvia, y es el sistema en el que estamos atrapados. Es el sistema que nos dicen que es natural e inevitable, como el mismo aire.
Historia de dos siglas: TGIF y TINA
La exprimera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, respondía con esta conocida fórmula cuando le hacían preguntas sobre los desafíos del capitalismo: TINA (There Is No Alternative, “no hay alternativa”). Si no hay alternativa, quien ose cuestionar el capitalismo está loco.
Aquí tenemos otra sigla, más corriente, que ilustra la vida bajo el capitalismo corporativo y depredador: TGIF (Thank God It’s Friday, “gracias a Dios que es viernes”). Esta frase remite a una triste realidad que sufren muchos de los trabajadores de esta economía. Los trabajos que desempeñamos no nos llenan, no nos gustan y, en realidad, no merece la pena llevarlos a cabo; son cosas que hacemos para sobrevivir. Después, el viernes salimos a emborracharnos para olvidar esa realidad, con la esperanza de encontrar algo durante el fin de semana que nos permita levantarnos y volver a la rutina el lunes.
Recuerden, un sistema económico no solo produce bienes, también produce personas. Nuestras experiencias laborales nos afectan. Nuestras experiencias de consumo con dichos bienes nos afectan. Nos estamos convirtiendo cada vez más en una nación de personas infelices, que consumen pasillos kilométricos de bienes de consumo baratos con la esperanza de aliviar el dolor que nos causa el trabajo sin sentido. ¿Es esto lo que queremos ser?
Nos dicen que no hay alternativa en este mundo que va de viernes en viernes. ¿No resulta un poco extraño? ¿De verdad que no hay alternativa en este mundo? Claro que la hay. Para cualquier cosa que sea fruto de las decisiones humanas, se pueden tomar otras distintas. No hace falta diseñar un sistema nuevo hasta el último detalle para darnos cuenta de que siempre hay alternativas. Podemos reforzar las instituciones que ya existen y que ofrecen un refugio de resistencia (por ejemplo, los sindicatos) y experimentar con formatos nuevos (como las cooperativas locales). Pero el primer paso es llamar al sistema por su nombre, sin garantías de lo que está por venir.
En casa y en el extranjero
En el primer mundo, luchamos contra esta alienación y contra el miedo. A menudo no nos gustan los valores del mundo que nos rodea, no nos gustan las personas en las que nos hemos convertido y tenemos miedo de lo que el futuro nos depara. Sin embargo, en el primer mundo la mayoría hacemos varias comidas al día. Esto no se da en todas partes. Vayamos más allá de las condiciones a las que nos enfrentamos en un sistema capitalista corporativo y depredador si vivimos en el país más rico de la historia del mundo, extrapolemos esto al contexto global.
La mitad de la población mundial vive con menos de 2 dólares al día, lo que supone más de 3000 millones de personas. Más de la mitad del África subsahariana vive con menos de 1 dólar al día, es decir, más de 300 millones de personas.
Aquí va otra estadística: aproximadamente 500 niños mueren en África por enfermedades relacionadas con la pobreza. La mayoría de estas muertes podrían prevenirse con medicamentos sencillos o con mosquiteras impregnadas de insecticida. Son 500 niños no al año, ni al mes ni a la semana. No son 500 niños al día. Las enfermedades relacionadas con la pobreza se cobran las vidas de 500 niños en África cada hora.
Cuando intentamos aferrarnos a nuestra humanidad, estadísticas como estas pueden volvernos locos. Pero que no se te ocurra ninguna locura para cambiar este sistema, recuerda que TINA: no hay alternativa al capitalismo corporativo y depredador.
TGILS: Thank God It’s Last Sunday (“gracias a Dios que es el último domingo”)
Hemos estado reuniéndonos en el grupo Last Sunday (N. de la T.: Un movimiento que se reunía en Austin, Texas, el último domingo de cada mes y del que Robert Jensen formaba parte.) para hacer locuras juntos. Nos hemos unido para darle voz a esas cosas que sabemos y que sentimos, si bien la cultura dominante nos dice que creer y sentir estas cosas es una locura. Quizá estamos todos un poco locos aquí, así que vamos a asegurarnos de que somos realistas. Ser realista es importante.
Una de las respuestas que más oigo cuando critico el capitalismo es: “bueno, puede que todo eso sea cierto, pero tenemos que ser realistas y hacer lo que esté en nuestra mano”. Siguiendo ese razonamiento, ser realistas implica aceptar un sistema que es inhumano, antidemocrático e insostenible. Para ser realistas, se nos dice que debemos capitular ante un sistema que nos roba el alma, que nos hace esclavos de un poder concentrado y que algún día destruirá el planeta.
Pero rechazar y resistirse al capitalismo corporativo y depredador no es una locura; es una postura eminentemente cuerda. Aferrarnos a nuestra humanidad no es una locura, defender la democracia no es una locura y luchar por un futuro sostenible no es una locura.
Lo que es una locura es tragarse el cuento de que un sistema inhumano, antidemocrático e insostenible —ese mismo que deja a la mitad de las personas del mundo sumidas en una pobreza abyecta— es lo único que hay, lo único que puede haber y lo único que habrá.
Si eso fuera cierto, entonces pronto no quedará nada. Para nadie.
No creo que sea realista aceptar ese sino. Si eso es ser realista, prefiero estar loco todos los días de la semana, todos los domingos del mes.
La reflexión parte de considerar que estamos ante una realidad que está “siendo totalizada” en un espacio social y simbólico en el que no parece posible que existan otras formas de concebir la reproducción de la sociedad, sino a través de la mercantilización de las relaciones y de la naturaleza (nosotros en ella), como si la sociedad misma fuera un gran mercado, percibido como un hecho social que lo abarca todo, por eso se entiende la aceptación generalizada de concebir cualquier orden económico como un abstracto de espacio “natural” donde convergen muchos individuos, como vendedores y compradores, que interactúan para lograr acuerdos implícitos en sus relacionamientos, con el propósito principal es alcanzar beneficios individuales, es decir, vínculos interesados con fines egoístas. De acuerdo con lo anterior, se entendería que mediante prácticas de intercambio mercantiles se resolverían las necesidades de lo que cada uno revela en sus preferencias y como si todos y cada uno tuviera las mismas oportunidades de participación dentro de esa lógica de relacionamiento.
Con casi dos mil especies de pájaros, Colombia es un paraíso para los amantes de las aves. Esta riqueza ha dado alas a diversos emprendimientos con perspectiva conservacionista. Visitamos una agencia especializada en la observación de aves en los maravillosos bosques del Quindío, una reserva dedicada a la protección y reproducción del cóndor de Los Andes en Cundinamarca, el jardín fantástico de los colibríes y una empresa de safaris en los Llanos del Casenare.
2020 es el año que cambió el mundo tal como lo conocíamos.
A medida que el coronavirus se ha expandido por el planeta, destruyendo la salud y la riqueza de muchos países, también se han vuelto más aparentes la desigualdad, la injusticia social y los efectos a largo plazo del racismo sistémico.
El confinamiento es “el mayor experimento psicológico de la historia”: Elke Van Hoof, experta en trauma y estrés
Al mismo tiempo se han multiplicado las protestas contra esas injusticias. Desde el movimiento Black Lives Matter a la lucha por cerrar la brecha de género, ¿pueden los seres humanos dar un vuelco a su realidad y construir una sociedad mejor a partir de las ruinas de la pandemia?
El historiador holandés y fenómeno en las redes sociales Rutger Bregman cree que ésta es nuestra mejor oportunidad para hacerlo.
“Proyectos estúpidos de filantropía”
Los libros de Bregman, especialmente “Utopía para realistas”, han sido traducidos a más de 30 idiomas y han sido leídos por millones de personas en el mundo.
El historiador se volvió famoso por usar la historia para desmantelar el mito del misántropo, la idea de que, ante la primera oportunidad, los seres humanos demuestran que son egoístas por naturaleza.
Bregman promueve colocar en cambio otra cualidad como valor central: la benevolencia o amabilidad.
El autor se volvió una sensación de la noche a la mañana cuando le dijo a un grupo de millonarios reunidos en el Foro Económico Mundial en Davos que “dejaran a un lado la hipocresía”.
“Volaron en 1.500 jets privados a este encuentro para escuchar hablar a David Attenborough sobre cómo estamos destruyendo el planeta”, señaló Bregman.
El historiador agregó que en lugar de debatir “proyectos estúpidos de filantropía” los magnates debían centrarse en cambio en “el problema real de la evasión de impuestos, y en cómo los ricos no están aportando lo que deben”.
Cada crisis puede ser una oportunidad de cambio
“Los historiadores saben que las crisis pueden ser coyunturas decisivas para la sociedades”, dijo Bregman a la BBC.
Hablando por Zoom desde su casa en Holanda, el historiador no sonó muy optimista en un principio.
“Es fácil imaginar cómo la crisis del coronavirus puede conducirnos a un callejón oscuro. La historia nos dice que aquellos en el poder tienden a abusar de estas crisis”, afirmó.
“Basta mirar al siglo XX: el incendio de la sede del Reichstag, el Parlamento alemán, en 1933, y el ascenso de Hitler es un ejemplo. Y luego de los ataques en las Torres Gemelas hubo dos guerras ilegales y operaciones masivas de vigilancia de los ciudadanos por parte de los gobiernos”.
Pero también hay razones para mantener la esperanza, ya que ideas que hace unos pocos años eran consideradas “demasiado radicales” se están volviendo populares.
Bregman se refiere a ideas como “mayores impuestos para los ricos”, o un nuevo “acuerdo verde” (green deal) para combatir el cambio climático, o un ingreso universal básico para erradicar la pobreza.
“Hace cinco años, ninguna de esas ideas estaban sobre la mesa”, afirmó. Pero ahora “son discutidas por gente que toma decisiones en todo el mundo”.
Acabar con el racismo, la desigualdad y la pobreza
Bregman apunta a una especie de paradoja: a menudo, cuando las cosas parecen peores que nunca, es porque ya comenzaron a mejorar.
“Cuando ves la indignación ante la desigualdad, la pobreza, el racismo, es porque estás comenzando a ver progreso”.
Bregman pone como ejemplo el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos y otras partes del mundo.
“Podemos pensar que el racismo está empeorando, pero ahora estamos hablando sobre él más que nunca”.
“El racismo está arraigado profundamente en nuestra historia”, afirma el historiador.
Pero ver que la gente lo rechaza y denuncia globalmente “es un motivo de esperanza, ya que muestra que podemos y debemos cambiar esta realidad”.
El autor aplica el mismo razonamiento a la evasión de impuestos.
“Todas las multinacionales, todos los billonarios que esconden su dinero en paraísos fiscales… Estos son temas que nadie discutía hace 15 años”.
Pero ahora más y más personas critican esas acciones y las consideran inaceptables e inmorales.
“Hablamos sobre este tema cada vez más y nos causa indignación”.
Quién importa en la sociedad
Para Bregman, uno de los momentos más interesantes de la pandemia ocurrió cuando los gobiernos elaboraron listas de “trabajadores esenciales”.
“Cuando ves estas listas te preguntas, ¿dónde están los banqueros y los gerentes de los fondos de inversión?”.
Todo el mundo se dio cuenta de que “los trabajadores que realmente eran importantes eran los recolectores de basura, las maestras y los maestros, las enfermeras y los enfermeros…”.
“Los trabajadores que no reciben los salarios más altos, o que ejercen las profesiones menos prestigiosas, resultaron ser esenciales”.
Bregman cree que éste puede ser un momento definitorio para los niños de toda una generación que aún deben elegir a qué dedicarse “cuando sean grandes”.
“Podríamos repensar el valor del trabajo. En las década de los 80 y 90, para muchos jóvenes el éxito significaba trabajar en Wall Street o Silicon Valley.”
Pero tal vez los adolescentes y niños de hoy en día piensen: “Quiero hacer un trabajo que realmente haga una diferencia, quiero contribuir algo de valor a la sociedad”.
Pago justo y respeto
“Estamos hablando aquí de dos cosas: la redistribución del respeto y la redistribución del ingreso”.
Y hay algo más: “La idea de un ingreso universal básico, dar a cada persona un ingreso que sea suficiente para cubrir sus necesidades básicas de comida, techo y vestimenta”.
Bregman afirma que el ingreso universal básico sería una forma efectiva de combatir la desigualdad, la pobreza y la inestabilidad laboral.
Y ese ingreso también daría a los trabajadores esenciales mal remunerados “mucho más poder de negociación” a la hora de realizar una huelga.
“Sabemos por investigaciones recientes que en las economías modernas, cerca del 25% de los trabajadores piensa que su trabajo no agrega nada de valor”.
A menudo estas personas “tienen salarios fabulosos y fueron a las mejores universidades” pero aún así no saben cuál es el valor de su aporte.
“Es un verdadero desperdicio que no podemos darnos el lujo de permitir. Espero que la crisis del coronavirus también promueva cambios en ese sentido”.
Bregman quiere que la gente deje de pensar “estoy cansado de escribir informes que nadie va a leer”, y afirme en cambio “podría hacer algo valioso con mis habilidades y talentos”.
La generación que cambiará el mundo
“Lo que estamos viendo ahora es un vuelco generacional”, señaló Bregman.
Greta Thunberg
La gente joven de hoy en día “es la generación más progresista que jamás existió”.
“Estos jóvenes son prodemocracia, quieren cambios, son conscientes de los peligros del cambio climático y están indignados ante la creciente desigualdad”.
Bregman cree que si se permitiera votar solo a los menores de 40, habría gobernantes muy diferentes en el mundo.
“En Reino Unido, los Laboristas ganarían en todas partes. Y en Estados Unidos, Bernie Sanders sería el candidato con más probabilidades de ganar las elecciones presidenciales en noviembre”.
“Seas de izquierda o de derecha, debes aceptar una realidad: esta nueva generación va a cambiar todo”.
“Supervivencia de los desvergonzados”
Algo que impulsa a la generación joven, según Bregman, es el rechazo de la actual élite y su comportamiento, que les resulta intolerable.
“Las élites elaboran las reglas para el resto del mundo, pero esas reglas no se aplican cuando se trata de ellas mismas”.
Bregman citó varios ejemplos.
“Mira lo que sucedió en Reino Unido con el asesor principal del gobierno Dominic Cummings. Claramente violó las reglas del confinamiento, pero no renunció”.
“Esto es algo que podríamos llamar supervivencia de los desvergonzados”.
El historiador afirma que una de las características más extraordinarias de los seres humanos es su capacidad de sentir vergüenza o remordimiento. “Es algo muy importante para que funcione la sociedad”
“Somos una de las pocas especies en todo el reino animal que puede sonrojarse. Es muy, muy importante que podamos hacerlo, porque esto nos permite confiar unos en otros y cooperar”, afirmó Bregman.
“Pero cuando lo piensas, ¿cuándo fue la última vez que alguien como Boris Johnson en Reino Unido o Donald Trump en Estados Unidos se sonrojaron o avergonzaron por algo?”.
“Creo que es muy preocupante que hayamos construido estos sistemas políticos que permiten la supervivencia del desvergonzado. Ya no somos muy eficientes a la hora de monitorear a los que están en el poder y hacer que respondan por sus acciones”, agregó Bregman.
“Hay mucho trabajo por hacer en ese sentido”.
Olvida el optimismo, se trata de la esperanza
Si Bregman fuera a dar un consejo a alguien de 15 años, ese consejo sería: “No tienes que ser optimista. El optimismo es una forma de complacencia”.
El historiador quiere que la gente joven vea con desconfianza el mensaje de que “todo va a estar bien”.
“Claramente eso no es cierto. Hay muchas cosas muy, muy preocupantes: el cambio climático, la extinción de especies…”.
Y hay mucho trabajo por delante: “Debemos hacer algo que jamás se logró en tiempos de paz, debemos revolucionar y transformar completamente toda nuestra economía en apenas un par de décadas”.
“Lo que sí puedes tener es esperanza, algo que es muy diferente del optimismo”, afirmó Bregman.
“La esperanza incluye la posibilidad de cambio. Es lo que te impulsa a actuar y a ser parte de la solución”.
“Y hay muchas razones para tener esperanza: pensemos en los últimos cinco años”.
“Hemos visto el mayor movimiento de justicia climática en la historia, disparado por una adolescente sueca de 16 años. Hemos visto las enormes protestas contra el racismo en Estados Unidos, las mayores durante mi vida…”.
“El espíritu de estos tiempos está cambiando y estamos entrando en una era diferente, tanto en la ciencia como en la sociedad”, señaló el historiador.
“Nuestro superpoder secreto como especie es cooperar, y eso está ocurriendo ahora mismo”.
“El cinismo está obsoleto. Es la era de la esperanza”.