
Economía y mercado


Estas economías alternativas son una inspiración para un mundo sostenible
Texto y fotos: Ashish Kothari. Traducción: A Planeta
Este artículo se publicó originalmente con el título “A Tapestry of Alternatives” en Scientific American 324, 6, 60-69 (junio de 2021)
Para hacer las paces con la biosfera habrá que construir comunidades y relaciones centradas en la protección de la vida, tanto humana como no humana.
Nadie en su pueblo sufrió escasez de alimentos durante los confinamientos, ni sufrió el COVID-19, me aseguró Moligeri Chandramma a través de un intérprete el pasado mes de marzo. Chandramma es una agricultora de las tierras áridas del sur de la India que cultiva más de 40 especies y variedades de cultivos -sobre todo mijo, arroz, lentejas y especias- en poco más de una hectárea de terreno. Chandramma es miembro de la Sociedad de Desarrollo de Deccan (DDS), una cooperativa de casi 5.000 mujeres dalit (casta oprimida) y adivasi (indígenas) cuya notable integración de la conservación de la biodiversidad con los medios de vida agrícolas les valió el prestigioso Premio Ecuatorial de las Naciones Unidas en 2019. Saliendo de una situación de extrema desnutrición y discriminación social y de género en la década de 1980, estas agricultoras gozan ahora de soberanía alimentaria y seguridad económica. No solo están capeando la pandemia, sino que en 2020 cada familia de DDS contribuyó con unos 10 kilogramos de granos alimenticios al esfuerzo de ayuda de la región para quienes carecen de tierras y medios de vida.
Al otro lado del mundo, seis comunidades indígenas quechuas de los Andes peruanos gobiernan el Parque de la Papa en Pisac, Cusco, un paisaje montañoso que es una de las tierras originales de la patata. Protegen la región como territorio “patrimonio biocultural”, un tesoro de riquezas biológicas y culturales heredadas de los antepasados, y conservan más de 1.300 variedades de patata. Cuando la visité en 2008 con otros investigadores y activistas, me quedé atónito ante la diversidad.
“Este es el resultado de 20 años de trabajo constante en la relocalización de nuestro sistema alimentario, de una época en la que nos habíamos vuelto demasiado dependientes de organismos externos para nuestras necesidades básicas”, dijo el agricultor Mariano Sutta Apocusi a Local Futures, una organización dedicada a fortalecer las comunidades de todo el mundo, en agosto de 2020. “Centrarnos en lo local nos ha ayudado a mejorar el acceso y la asequibilidad de una gran diversidad de productos alimentarios, especialmente patatas autóctonas, quinoa, kiwicha, otros tubérculos andinos y maíz, que cultivamos con métodos agroecológicos indígenas.” Las comunidades instituyeron fuertes medidas sanitarias y de seguridad cuando la pandemia golpeó, incluso mientras recogían una cosecha abundante y distribuían más de una tonelada de patatas a los migrantes, los ancianos y un refugio para madres adolescentes maltratadas en la ciudad de Cusco.
En Europa, muchas iniciativas de “economía solidaria”, que promueven una cultura del cuidado y del compartir, entraron en acción cuando los cierres relacionados con el COVID dejaron sin trabajo a un gran número de personas. En Lisboa (Portugal), los centros sociales Disgraa y RDA69, que se esfuerzan por recrear la vida comunitaria en una situación urbana muy fragmentada, ofrecieron comida gratuita o barata a quienes la necesitaban. No sólo ofrecían comidas, sino también espacios en los que los refugiados, los sin techo, los jóvenes desempleados y otras personas que, de otro modo, habrían caído en el olvido, podían interactuar y entablar relaciones con familias más acomodadas, creando una especie de red de seguridad social. Los organizadores confiaban en que los que tuvieran medios suficientes donaran alimentos o fondos al esfuerzo, reforzando el sentimiento de comunidad en los barrios circundantes.
La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de una economía globalizada que se anuncia como beneficiosa para todos, pero que en realidad crea profundas desigualdades e inseguridades. Sólo en la India, 75 millones de personas cayeron por debajo del umbral de la pobreza en 2020; en todo el mundo, cientos de millones de personas que dependen para su supervivencia y sus medios de vida del comercio e intercambio de bienes y servicios a larga distancia se vieron gravemente afectadas. Dislocaciones similares, aunque menos extremas, aparecieron también durante la crisis financiera de 2008, cuando la especulación con los productos básicos, junto con el desvío de granos alimenticios a la producción de biocombustibles, precipitó una fuerte subida de los precios mundiales de los cereales, lo que provocó hambre y disturbios alimentarios en muchos países que dependían de los alimentos importados. Las amenazas a la supervivencia también surgen cuando las guerras u otras dislocaciones detienen la circulación de mercancías. En estas crisis, las comunidades salen mejor paradas si disponen de mercados y servicios locales y pueden abastecerse de sus propios alimentos, energía y agua, al tiempo que cuidan de los menos afortunados.

Sin embargo, el valor de estos modos de vida alternativos va mucho más allá de su capacidad de resistencia durante trastornos relativamente breves como la pandemia. Como investigador y activista medioambiental afincado en un país “en vías de desarrollo”, hace tiempo que defiendo que las visiones del mundo de los pueblos que viven cerca de la naturaleza se incorporen a las estrategias globales de protección de la vida salvaje, como en la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y el Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas. Y en las últimas décadas he llegado a coincidir con los críticos de la globalización, como el científico social y ecologista Wolfgang Sachs, en que para defenderse de calamidades como el colapso de la biodiversidad se necesitarán no solo adaptaciones medioambientales, sino también cambios radicales en los paradigmas económicos, sociales e incluso políticos dominantes.
En 2014, algunos de nosotros en la India iniciamos un proceso para explorar los caminos hacia un mundo en el que las personas estén en paz entre sí y con la naturaleza. Cinco años más tarde (y de forma fortuita, justo antes de que se produjera la pandemia), el esfuerzo se convirtió en una red internacional online a la que llamamos el Tapiz Global de Alternativas (Global Tapestry of Alternatives). Estas conversaciones y otras investigaciones indican que las opciones viables, independientemente de dónde se encuentren, tienden a basarse en la autosuficiencia y la solidaridad.
Estos valores están en desacuerdo con la globalización, que ofrece a los habitantes del Norte Global (los más acomodados, independientemente de dónde vivamos) muchas cosas que hemos llegado a considerar esenciales. En contraste con la promesa de una riqueza material cada vez mayor que sustenta nuestra civilización, los pueblos que viven cerca o más allá de sus márgenes tienen una multitud de visiones para vivir bien, cada una adaptada a las especificidades de sus ecosistemas y culturas. Para alejarnos del borde del acantilado de la desestabilización irreversible de la biosfera, creo que debemos permitir que las estructuras alternativas, como las de los agricultores dalit, los conservadores quechuas y los voluntarios de Lisboa, florezcan y se vinculen en un tapiz que, en última instancia, cubra el globo.
Un viaje revelador
Crecer en la India, donde los estilos de vida íntimamente ligados al entorno natural sobreviven en grandes bolsas, influyó sin duda en mis ideas sobre lo que constituye la verdadera sostenibilidad. En la década de 1970, cuando era un estudiante de secundaria al que le encantaba la observación de aves en los bosques de los alrededores de Delhi, me uní a mis compañeros de clase para manifestarme ante la embajada de Arabia Saudí cuando algunos príncipes llegaron al país para cazar la avutarda india (ahora en peligro crítico). Nuestra protesta, junto con la de la comunidad Bishnoi de Rajastán, que tradicionalmente protege a estas aves y a otros animales salvajes, puso en ridículo al gobierno indio en pedir a los cazadores que volvieran a casa. Muchos de nosotros pasamos a hacer campaña para la protección del Bosque del Cresterío de Delhi, una de las mayores selvas urbanas del mundo. En 1979 formamos un grupo ecologista para sistematizar nuestros esfuerzos. Lo llamamos Kalpavriksh, por un árbol mítico que hace realidad los deseos; el nombre simbolizaba nuestra creciente conciencia de que la naturaleza nos lo da todo.
Nuestro activismo nos enseñaría al menos tanto como lo que aprendimos en la escuela y la universidad. Mientras investigábamos las fuentes de la contaminación atmosférica de Delhi, por ejemplo, entrevistamos a aldeanos que vivían alrededor de una central eléctrica de carbón a las afueras de la ciudad. Resultó que el polvo y la contaminación les afectaban mucho más que a los habitantes de la ciudad, aunque no recibían la electricidad. Los beneficios del proyecto beneficiaron sobre todo a los que ya estaban en mejor situación económica, mientras que los más desfavorecidos sufrieron la mayor parte de los perjuicios.
A finales de 1980 viajamos al Himalaya occidental para conocer a los protagonistas del emblemático movimiento Chipko. Desde 1973, las mujeres de las aldeas protegían con sus cuerpos los árboles que iban a ser talados por el departamento forestal o por empresas con sede en las llanuras indias. Los deodares que se talaban, así como los robles, rododendros y otras especies, eran sagrados, nos dijeron las mujeres, además de ser esenciales para su supervivencia. Proporcionaban forraje para el ganado, abono y alimentos silvestres y mantenían sus fuentes de agua. Incluso como estudiante urbano, pude ver el papel central que desempeñan las mujeres rurales en la protección del medio ambiente, así como la injusticia de los burócratas distantes que toman decisiones sin preocuparse por el impacto que tienen en los habitantes de la zona.

Poco después, mis amigos y yo nos enteramos de que se iban a construir 30 grandes represas en la cuenca del río Narmada, en el centro de la India. Millones de personas veneraban al Narmada como una diosa tempestuosa pero generosa, tan prístina que se cree que el Ganges la visita cada año para lavar sus pecados. Haciendo senderismo, navegando y viajando en autobús a lo largo de sus 1.300 kilómetros, nos deslumbraron las cascadas que se precipitaban en espectaculares desfiladeros, las laderas densamente boscosas repletas de vida salvaje, los campos de diversos cultivos, los prósperos pueblos y los antiguos templos, todos los cuales se ahogarían. Empezamos a cuestionar el concepto mismo de desarrollo. Seguramente la destrucción superaría con creces cualquier posible beneficio. Casi cuatro décadas después, nuestros temores han resultado ser trágicamente ciertos. Cientos de miles de personas desplazadas siguen esperando una rehabilitación adecuada, y el río aguas abajo de las presas se ha convertido en un hilillo que permite que el agua del mar llegue a 100 kilómetros tierra adentro.
A lo largo de los años he llegado a comprender cómo las poderosas fuerzas económicas se extienden por todo el mundo para vincular íntimamente la injusticia social con la destrucción ecológica. La era de la colonización y la esclavitud amplió enormemente el alcance económico y militar de algunas naciones-estado y sus corporaciones aliadas, permitiendo la extracción mundial de recursos naturales y la explotación de la mano de obra para alimentar la emergente revolución industrial en Europa y Norteamérica. Historiadores económicas, antropólogas y otros han demostrado cómo esta dolorosa historia sentó las bases de la actual economía global. Además de provocar daños ecológicos irreversibles, este sistema económico priva a muchas comunidades del acceso a los bienes comunes -ríos, praderas y bosques esenciales para su supervivencia-, al tiempo que crea una dependencia de los mercados externos. El sufrimiento masivo durante la pandemia no ha hecho más que exponer estas líneas de falla históricas y contemporáneas.
Durante mis periplos a lo largo de las décadas y especialmente mientras investigaba un libro con el economista Aseem Shrivastava, me di cuenta de una tendencia mucho más esperanzadora. En todo el país y, de hecho, en todo el mundo, cientos de movimientos sociales están empoderando a las personas marginadas para que recuperen el control de sus vidas y medios de subsistencia. En 2014, Kalpavriksh puso en marcha una serie de reuniones denominadas Vikalp Sangam, o Confluencia de Alternativas, en las que los impulsores de estos enérgicos esfuerzos podían reunirse, compartir ideas y experiencias, y colaborar, ayudando a crear una masa crítica para el cambio.
Estas interacciones y lecturas eclécticas me permitieron comprender una cuestión vital que estaba investigando: ¿Cuáles son las características esenciales de las alternativas deseables y viables? Afortunadamente, no estaba solo en esta búsqueda. En una conferencia sobre decrecimiento celebrada en Leipzig en 2014, me entusiasmó escuchar a Alberto Acosta, economista y ex político ecuatoriano, hablar sobre el buen vivir, una cosmovisión indígena basada en la buena convivencia con los demás y con el resto de la naturaleza. Aunque Acosta no hablaba inglés y yo no hablaba español, intentamos conversar con entusiasmo; posteriormente, el experto en decrecimiento Federico Demario se unió a nosotros y nos ayudó a traducir. Decidimos trabajar en una recopilación de alternativas prósperas de todo el mundo, anotando 20 posibles ideas en el reverso de un sobre. Más tarde, incorporamos al crítico de desarrollo Arturo Escobar y a la ecofeminista Ariel Salleh como coeditores de un volumen que llamamos Pluriverso. El número de entradas se amplió a más de 100.
Puntos comunes
Aunque son deslumbrantemente diversas, las alternativas que surgen en todo el mundo comparten ciertos principios básicos. El más importante es el mantenimiento o la reactivación de la gobernanza comunitaria de los bienes comunes: la tierra, los ecosistemas, las semillas, el agua y el conocimiento. En la Inglaterra del siglo XII, los poderosos empezaron a cercar, o “encerrar”, campos, prados, bosques y arroyos que hasta entonces habían sido utilizados por todas las personas. Los cercamientos realizados por terratenientes e industriales se extendieron a Europa y se aceleraron con la revolución industrial, obligando a decenas de millones de personas desposeídas a convertirse en trabajadores de fábricas o a emigrar al Nuevo Mundo, devastando las poblaciones nativas. Las naciones imperiales se apoderaron de grandes porciones de los continentes y reconfiguraron las economías de las colonias, extrayendo materias primas para las fábricas, captando mercados para la exportación de productos manufacturados y obteniendo alimentos como el trigo, el azúcar y el té para la recién creada clase trabajadora. De este modo, los colonizadores y sus aliados establecieron un sistema de dominación económica perpetua que generó el Norte Global y el Sur Global (el mundo de los marginados, vivan donde vivan).
La oleada de movimientos anticoloniales de las primeras décadas del siglo XX, muchos de ellos con éxito, hizo temer que se agotaran los suministros de materias primas para las industrias y los mercados de productos acabados de mayor valor. El presidente Harry S. Truman respondió lanzando un programa para aliviar la pobreza en lo que describió como “áreas subdesarrolladas” con sus economías “primitivas y estancadas”. Como detalla el ecologista Debal Deb, las instituciones financieras recién creadas y controladas por los países ricos ayudaron a las ex colonias a “desarrollarse” siguiendo el camino trazado por Occidente, proporcionando los materiales y las fuentes de energía para crear mercados para automóviles, refrigeradores y otros bienes de consumo. Un aspecto integral del desarrollo, tal y como se concibe, se propaga y se suele imponer mediante estrictas condiciones vinculadas a los préstamos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, ha sido la privatización o la confiscación estatal de los bienes comunes para extraer metales, petróleo y agua.

Sin embargo, como demostró Elinor Ostrom, ganadora del Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2009, los bienes comunes son gobernados de forma mucho más sostenible por las comunidades a las que se les arrebata que por los gobiernos o las empresas que los reclaman. Esta conciencia ha dado lugar a innumerables esfuerzos de base para proteger los bienes comunes que sobreviven y restablecer el control sobre otros. Lo que constituye los bienes comunes también se ha ampliado para incluir “recursos físicos y de conocimiento que todos compartimos en beneficio de todos”, explica la socióloga Ana Margarida Esteves, que colabora con la Asamblea Europea de los Bienes Comunes, una organización que aglutina cientos de iniciativas de este tipo.
Muchos de los esfuerzos se asemejan a la DDS y al Parque de la Papa en el uso de la gobernanza comunitaria de los recursos comunes para mejorar la agroecología (la agricultura de pequeños agricultores que mantiene el suelo, el agua y la biodiversidad) y la soberanía alimentaria (el control sobre todos los medios de producción de alimentos, incluyendo la tierra, el suelo, las semillas y el conocimiento de cómo utilizarlos). El movimiento de soberanía alimentaria La Vía Campesina, que se originó en Brasil en 1993, incluye ahora a unos 200 millones de agricultores en 81 países. Estos intentos de autosuficiencia y gobernanza comunitaria se extienden también a otras necesidades básicas, como la energía y el agua. En Costa Rica, España e Italia, las cooperativas rurales generan electricidad a nivel local y controlan su distribución desde la década de 1990. Y cientos de pueblos del oeste de la India han avanzado hacia la “democracia del agua”, basada en la recolección descentralizada del agua y la gestión comunitaria de los humedales y las aguas subterráneas. Movilizar a la gente para que sostenga, construya o reconstruya sistemas locales de conocimiento es esencial para estas empresas.
También es importante asegurar los derechos para gobernar los bienes comunes. En la Amazonia ecuatoriana, los indígenas sáparas lucharon con ahínco para obtener derechos colectivos sobre su hogar en la selva tropical. Ahora lo defienden contra los intereses petroleros y mineros, al tiempo que desarrollan un modelo de bienestar económico que combina sus cosmovisiones tradicionales -formas de conocer, ser y hacer que están física y espiritualmente vinculadas a su entorno- con nuevas actividades como el ecoturismo dirigido por la comunidad. Sus ingresos procedentes del turismo han disminuido durante la pandemia, pero sus bosques y su ética comunitaria les proporcionan casi toda la comida, el agua, la energía, la vivienda, las medicinas, el disfrute, la salud y el aprendizaje que necesitan. Ahora ofrecen sesiones en línea sobre sus cosmovisiones, análisis de sueños y curación. Yo participé en esas sesiones en persona en su campamento de ecoturismo Naku en 2019. La versión virtual no es tan inmersiva, pero no obstante representa una adaptación innovadora a las circunstancias.
Enverdecer las ciudades o hacerlas más acogedoras, como hacen los centros sociales de Lisboa, también requiere una gobernanza basada en la comunidad y economías de cuidado y de intercambio. En todo el Sur Global, los proyectos de desarrollo han llevado a cientos de millones de personas a las ciudades, donde viven en barrios marginales y trabajan en condiciones peligrosas. Los habitantes ricos de las ciudades podrían poner de su parte consumiendo menos, lo que reduciría la extracción y el vertido de residuos que desplazan a las personas a lugares lejanos. Ha surgido un abanico de vías hacia ciudades más equitativas y sostenibles. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, el Movimiento de Transición, que intenta regenerar los bienes comunes y hacer que las ciudades europeas sean neutrales en cuanto a emisiones de carbono, y el movimiento municipalista, que está creando una red de Ciudades Sin Miedo, entre ellas Barcelona, Valparaíso, Madrid y Atenas, para proporcionar entornos seguros a los refugiados y migrantes. La agricultura urbana de La Habana suministra más de la mitad de sus necesidades de alimentos frescos y ha inspirado muchas otras iniciativas de agricultura urbana en todo el mundo.
Cinco pétalos
Estas iniciativas apuntan a la necesidad de transformaciones fundamentales en cinco ámbitos interconectados. En el ámbito económico, debemos abandonar el paradigma del desarrollo, incluida la noción de que el crecimiento económico, medido por el producto interior bruto (PIB), es el mejor medio para alcanzar los objetivos humanos. En su lugar, necesitamos sistemas que respeten los límites ecológicos, hagan hincapié en el bienestar en todas sus dimensiones y localicen los intercambios para permitir la autosuficiencia, así como buenas medidas de estos indicadores. Bután lleva mucho tiempo experimentando con la felicidad nacional bruta como índice; la idea ha dado lugar a variantes, como la reciente atención de Nueva Zelanda a la salud mental y otras medidas de progreso de este tipo.

También necesitamos liberarnos del control monetario y financiero centralizado. Se están llevando a cabo muchos experimentos con monedas y economías alternativas basadas en la confianza y los intercambios locales. Quizá el más innovador sea el “banco del tiempo”, un sistema de intercambio de servicios basado en el principio de que todas las habilidades u ocupaciones merecen el mismo respeto. Uno puede, por ejemplo, dar una clase de yoga de una hora de duración a cambio de un crédito que puede canjearse por una hora de trabajo en la reparación de bicicletas.
En muchas partes del mundo, los trabajadores buscan controlar los medios de producción: la tierra, la naturaleza, el conocimiento y las herramientas. Hace unos años visité Vio.Me, una fábrica de detergentes en Tesalónica (Grecia), que los trabajadores habían tomado y reconvertido de una producción química a otra basada en el aceite de oliva y respetuosa con el medio ambiente, y en la que habían establecido una completa paridad salarial, independientemente del trabajo que realizara el trabajador. El lema de su muro proclamaba: “¡No tenemos jefe!”

De hecho, el propio trabajo se está redefiniendo. La modernidad globalizada ha creado un abismo entre el trabajo y el ocio, por lo que esperamos desesperadamente el fin de semana. Muchos movimientos tratan de salvar esta brecha, permitiendo un mayor disfrute, creatividad y satisfacción. En los países industrializados, la gente está recuperando formas manuales de fabricar ropa, calzado o alimentos procesados bajo lemas como “¡El futuro está hecho a mano!”. En el oeste de la India, muchos jóvenes están abandonando las rutinas que matan el alma en las fábricas para volver a tejer en telares manuales, lo que les permite controlar sus horarios a la vez que les proporciona una salida creativa.
En la esfera política, la centralización del poder inherente al Estado-nación, ya sea democrático o autoritario, resta poder a muchos pueblos. La nación sápara de Ecuador y los adivasis de la India central abogan por una democracia más directa, en la que el poder resida principalmente en la comunidad. El Estado -en la medida en que siga existiendo- ayudaría entonces principalmente a la coordinación a gran escala, al tiempo que sería estrictamente responsable ante las unidades de decisión sobre el terreno. La antigua noción india de swaraj, traducida literalmente como “autogobierno”, es especialmente relevante en este caso. Hace hincapié en la autonomía y la libertad individuales y colectivas que están vinculadas a la responsabilidad por la autonomía y la libertad de los demás. Una comunidad que practica el swaraj no puede represar un arroyo, por ejemplo, si eso amenaza el suministro de agua de los pueblos situados aguas abajo; su bienestar no puede comprometer el de los demás.
Esta noción de democracia también desafía las fronteras de los estados-nación, muchos de los cuales son producto de la historia colonial y han roto áreas ecológica y culturalmente contiguas. El pueblo kurdo, por ejemplo, está dividido entre Turquía, Irán, Irak y Siria. Durante tres décadas han luchado por conseguir la autonomía y la democracia directa basada en los principios de sostenibilidad ecológica y liberación de la mujer, y sin que las fronteras los dividan. Y los grupos indígenas de México que se identifican colectivamente como zapatistas llevan más de tres décadas afirmando y sosteniendo una región autónoma basada en principios similares.
Avanzar hacia esta democracia radical sugeriría un mundo con muchas menos fronteras, tejiendo decenas de miles de comunidades relativamente autónomas y autosuficientes en un tapiz de alternativas. Estas sociedades se conectarían entre sí a través de redes “horizontales” de intercambio equitativo y respetuoso, así como a través de instituciones “verticales”, pero con responsabilidad descendente, que gestionen los procesos y las actividades en todo el territorio.
Se están llevando a cabo varios experimentos de biorregionalismo a gran escala, aunque la mayoría siguen teniendo una gobernanza un tanto descendente. En Australia, la Iniciativa de la Gran Cordillera Oriental pretende coordinar la conservación de los ecosistemas a lo largo de 3.600 kilómetros, manteniendo al mismo tiempo los medios de subsistencia y la salud de las comunidades. Y un proyecto que abarca seis países en los Andes pretende conservar como Patrimonio de la Humanidad el Qhapaq an, una red de 30.000 kilómetros de caminos construidos por el Imperio Inca, junto con su patrimonio cultural, histórico y medioambiental conexo.
El autogobierno local puede, por supuesto, ser opresivo o excluyente. Los consejos de aldea tradicionales, intensamente patriarcales y de casta, en muchas partes de la India, y los planteamientos xenófobos contra los refugiados de la derecha en Europa ilustran este inconveniente. Un tercer ámbito crucial de transformación es, por tanto, la justicia social, que abarca las luchas contra el racismo, el castismo, el patriarcado y otras formas tradicionales o modernas de discriminación y explotación. Afortunadamente, el éxito en el desafío al sistema económico dominante suele ir acompañado de victorias contra la discriminación, como la de las agricultoras dalit que se sacuden siglos de opresión de casta y patriarcado para lograr la soberanía alimentaria.
La autonomía política y la autosuficiencia económica no tienen por qué significar aislacionismo y xenofobia. Más bien, los intercambios culturales y materiales que mantienen la autosuficiencia local y respetan la sostenibilidad ecológica reemplazarían la globalización actual, que perversamente permite que los bienes y las finanzas fluyan libremente pero detiene a los seres humanos desesperados en las fronteras. Este tipo de localización estaría abierta a las personas necesitadas; los refugiados del cambio climático o de la guerra serían bienvenidos, como en la red de Ciudades sin Miedo en Europa. Tanto la práctica de base como los cambios en la política podrían ayudar a transitar hacia un sistema así. Por supuesto, son necesarios los intentos de reconstruir las sociedades en las regiones en conflicto para que la gente no tenga que huir de ellas.

El cambio radical también requiere transformaciones en una cuarta esfera: la de la cultura y el conocimiento. La globalización devalúa las lenguas, las culturas y los sistemas de conocimiento que no se adaptan al desarrollo. Varios movimientos se enfrentan a esta tendencia homogeneizadora. La nación sápara intenta resucitar su lengua casi extinguida y preservar sus conocimientos sobre la selva, incorporándolos al plan de estudios de la escuela local, por ejemplo. Muchas comunidades están “descolonizando” los mapas, recuperando sus propios topónimos y desafiando las fronteras políticas. Incluso la proyección Mercator de la época colonial, utilizada para generar el conocido mapa del mundo, está siendo puesta en tela de juicio. (Hace poco me di cuenta de que África es lo suficientemente grande como para contener a Europa, China, Estados Unidos e India juntos). Cada vez más, las ciencias tradicionales y modernas colaboran para ayudar a resolver los problemas más acuciantes de la humanidad. La Evaluación de la Biodiversidad del Ártico, por ejemplo, implica la cooperación entre los pueblos indígenas y los científicos universitarios para hacer frente al cambio climático.
Uno de los problemas es que las instituciones educativas actuales forman a graduados que están equipados para servir y perpetuar el sistema económico dominante. Sin embargo, la gente está devolviendo la comunidad y la naturaleza a los espacios de aprendizaje. Estos esfuerzos incluyen las Escuelas del Bosque en muchas partes de Europa que proporcionan a los niños un aprendizaje práctico en medio de la naturaleza, las escuelas autónomas zapatistas que enseñan sobre diversas culturas y luchas, y la Alianza de Ecoversidades de centros de enseñanza superior en todo el mundo que permiten a los académicos buscar el conocimiento a través de los límites que normalmente separan las disciplinas académicas.
Sin embargo, la esfera más importante de la transformación es la ecológica: reconocer que somos parte de la naturaleza y que otras especies son dignas de respeto por derecho propio. En todo el Sur Global, las comunidades están liderando los esfuerzos para regenerar los ecosistemas degradados y las poblaciones de vida silvestre y conservar la biodiversidad. Por ejemplo, decenas de miles de “territorios de vida” están siendo gobernados por comunidades indígenas u otras comunidades locales. Entre ellos se encuentran las zonas marinas gestionadas localmente en el Pacífico Sur, los territorios indígenas de América Latina y Australia, los bosques comunitarios del sur de Asia y los territorios de dominios ancestrales de Filipinas. También cabe destacar la reciente legislación o las sentencias judiciales de varios países que afirman que los ríos, por ejemplo, gozan de la misma protección que las personas. La Declaración de las Naciones Unidas de 2009 sobre la Armonía con la Naturaleza es un hito importante hacia ese objetivo.
Valores
A menudo me preguntan cómo se pueden ampliar las alternativas exitosas. Sin embargo, sería contraproducente intentar ampliar o replicar un DDS o un Parque de la Papa. La esencia de este enfoque es la diversidad: el reconocimiento de que cada situación es diferente. Lo que la gente puede hacer -y así es como se extienden las iniciativas de éxito- es comprender los valores subyacentes y aplicarlos en sus propias comunidades, al tiempo que se establece una red con empresas similares para extender el impacto.
El proceso Vikalp Sangam ha identificado los siguientes valores como cruciales: solidaridad, dignidad, interconexión, derechos y responsabilidades, diversidad, autonomía y libertad, autosuficiencia y autodeterminación, simplicidad, no violencia y respeto por toda la vida. En todo el mundo, las cosmovisiones antiguas y modernas centradas en la vida articulan principios similares. Los pueblos indígenas y otras comunidades locales han vivido durante siglos según cosmovisiones como el buen vivir, el swaraj, el ubuntu (una filosofía africana que considera que el bienestar de todos los seres vivos está interconectado) y muchos otros sistemas éticos de este tipo, y los están reafirmando. Simultáneamente, enfoques como el decrecimiento y el ecofeminismo han surgido desde el interior de las sociedades industriales, sembrando poderosas contraculturas.
En el centro de estas visiones del mundo se encuentra un principio simple: que todos somos poseedores de poder. Que en el ejercicio de este poder, no sólo afirmamos nuestra propia autonomía y libertad, sino que también somos responsables de garantizar la autonomía de los demás. Este swaraj se fusiona con la sostenibilidad ecológica para crear un eco-swaraj, que abarca el respeto por toda la vida.
Está claro que estas transformaciones fundamentales se enfrentan a un status quo profundamente arraigado que toma represalias violentas siempre que percibe una amenaza. Cientos de defensores del medio ambiente son asesinados cada año. Otro grave problema es el desconocimiento que tienen muchos habitantes del Norte Global de los ideales de una buena vida más allá del sueño americano. Aun así, el hecho de que muchas iniciativas progresistas estén prosperando y otras nuevas estén brotando sugiere que una combinación de resistencia y alternativas constructivas tiene una oportunidad.
La pandemia de COVID es una catástrofe que plantea a la humanidad una elección. ¿Volveremos a la antigua normalidad o adoptaremos nuevos caminos para salir de la crisis ecológica y social? Para maximizar la probabilidad de esto último, tenemos que ir mucho más allá de los enfoques del Green New Deal en Estados Unidos, Europa y otros lugares. Su intensa atención a la crisis climática y a los derechos de los trabajadores es valiosa, pero también debemos desafiar los patrones de consumo insostenibles, las desigualdades evidentes y la necesidad de estados nacionales centralizados.
Las recuperaciones verdaderamente sostenibles harían hincapié en todas las esferas del eco-swaraj, a las que se llegaría por cuatro vías. Una de ellas es la creación o reactivación de medios de vida dignos, seguros y autosuficientes para dos mil millones de personas, basados en la gobernanza colectiva de los recursos naturales y en procesos de producción a pequeña escala como la agricultura, la pesca, la artesanía, la manufactura y los servicios. Otro es un programa de regeneración y conservación de los ecosistemas, dirigido por los pueblos indígenas y las comunidades locales. Una tercera es la inversión pública inmediata en salud, educación, transporte, vivienda, energía y otras necesidades básicas, planificadas y ejecutadas por la gobernanza democrática local. Por último, son cruciales los incentivos y desincentivos para que los modelos de producción y consumo sean sostenibles. Estos enfoques integrarían la sostenibilidad, la igualdad y la diversidad, dando voz a todos, especialmente a los más marginados. Una propuesta de un millón de empleos climáticos en Sudáfrica es de esta naturaleza, al igual que un plan de recuperación feminista para Hawái y varias otras propuestas de justicia social en otros países.
Nada de esto será fácil, pero creo que es esencial si queremos hacer las paces con la Tierra y entre nosotros mismos.

El Tornillo: «El hombre champiñón»
….los comunes no son cosas: son, ante todo, sistemas sociales.
Sistemas vivos a través de los cuales las personas abordan problemas comunes. Así, el procomún depende antes que nada de un proceso social y relacional, y reivindica la necesidad de poner este aspecto relacional en el centro. Exactamente igual que numerosos enfoques económicos llamados heterodoxos (frente a la ortodoxia neoclásica) que reivindican el carácter social de la teoría y la práctica económica, más allá de estrategias de márketing puntuales que lo cooptan, para relegarlo acto seguido a los márgenes, como es el
caso del greenwashing o la responsabilidad social corporativa.
Históricamente, la economía marxista ha vinculado el nacimiento del capitalismo con la «acumulación primitiva» fruto de la destrucción y privatización de las propiedades y las relaciones comunales durante los famosos cercamientos del s. XVI y XVII, así como la colonización del continente americano por parte de las potencias europeas a lo largo de ese mismo periodo.
Por otro lado, la más reciente corriente de economía feminista surge con la voluntad de señalar y cuestionar las bases patriarcales de la sociedad en general y del pensamiento económico en concreto, con el «homo economicus» (individual, egoísta e independiente) como único sujeto de análisis económico. Este sesgo androcéntrico ignora la interdependencia, la eco-dependencia, los límites biofísicos del planeta y, en resumen, todos los procesos vitales y económicos que quedan al margen del mercado. La economía feminista analiza críticamente la aproximación epistemológica basada en el supuesto de autonomía de los individuos, lo que Julie Nelson (y otras autoras, recogiendo su testigo) llaman «la falacia del hombre hongo», basándose en la sugerencia de Thomas Hobbes de considerar a los hombres como «hongos» surgidos de la tierra, que llegan de repente a la madurez sin ningún tipo de interrelación entre ellos: una visión hegemónica pero problemática que ignora que toda persona requiere de cuidados, como mínimo durante la niñez, la vejez
y la enfermedad.
Nuestra concepción de la economía deforma como nos relacionamos, y la teoría económica dominante se aplica en muchos casos a la naturaleza del individuo como un hecho universal y manifiesto. Así entender la economía es, por un lado, un saber situado y subjetivo y, por otro, una ciencia social y, por consiguiente, contingente respecto a su contexto histórico y social, nos permite entender que se trata de un conjunto de sistemas cambiante y cambiable.
Las múltiples experiencias pasadas y presentes demuestran que otro mundo es posible, en un momento en el que es, además, urgentemente necesario. (La Comuna – La newsletter de los comunes – Guerrilla Media Collective – junio 2021)
¿Qué es eso del “trabajador champiñón”, una fórmula que usas a menudo?
Las empresas, pero en general el mundo de lo público –y si me apuras también el mundo militante– exigen a las personas cuando se insertan en la empresa que vengan libres de toda responsabilidad que interfiera con su curro y que aparezcan con sus necesidades resueltas, no les importa ni cómo ni dónde solucionan sus necesidades, ni quién se hace cargo de las responsabilidades que deberían asumir, como el cuidado de los menores o la gestión de su propio hogar. Piden personas que no tengan ni responsabilidades de cuidados ni necesidades, es decir, como si brotarán de una seta, de una nada, brotan cuando aparecen en el ámbito público, de la empresa, y desaparecen cuando salen de ahí. Para las empresas, el resto de la vida da igual. Pasa lo mismo con la gente migrante, de ahí la frase “Queríamos mano de obra y vinieron personas”. Amaia Pérez Orozco (economista feminista ) autora del libro ‘Subversión feminista de la economía’

-Ayuntamiento de Cádiz – Economía del Bien Común: un modelo de economía con futuro
Nota originalmente publicada en EBCCádiz
El Ayuntamiento de Cádiz en el Pleno celebrado el 30/04/2021 ha aprobado una declaración institucional de apoyo a la Economía del Bien Común por unanimidad. (VOX no está presente)
Previamente se había aprobado otra declaración por unanimidad de apoyo al mantenimiento de la planta de Airbus en Puerto Real. En defensa del empleo y de la actividad productiva existente. La primera un acto de solidaridad con trabajadores industriales de un término municipal colindante y a la defensiva. La segunda una apuesta ofensiva por la economía con futuro basada en valores de dignidad, solidaridad, justicia social, cooperación, sostenibilidad ecológica, transparencia y democracia participativa.
Esta Declaración institucional es un paso más dado por el Ayto. de Cádiz desde la anterior legislatura en la que firmó el Acuerdo de colaboración con la Asociación andaluza para el fomento de la EBC en septiembre de 2018. Ha cofinanciado dos cursos de verano de la Universidad de Cádiz sobre EBC y fue coorganizador de la Jornada de 30 de mayo de 2019, previa a la Asamblea anual de la Asociación federal de EBC celebrada en Cádiz.
Desde el grupo local (Campo de energía) de EBC Cádiz valoramos sobre todo el acto de generosidad del equipo de Gobierno del Ayto. de Cádiz y su alcalde José María González Santos (Kichi) que teniendo garantizada la mayoría en la votación, acceden a que sea una Declaración institucional para garantizar la unanimidad, dando un ejemplo de verdadero liderazgo hacia la ciudadanía en estos tiempos de crispación y polarización partidaria.
Esta unanimidad de todos los grupos municipales presentes (VOX no está) en torno a la EBC demuestra el poder atractor del Bien Común en el territorio, imprescindible para avanzar en construir el futuro mejor, posible y urgente que necesitamos toda la Humanidad. Los que jamás apoyarán la EBC son los especuladores financieros internacionales; los que contaminan y destruyen la biodiversidad; los insolidarios que atentan contra la solidaridad y cohesión social; y los antidemocráticos.
El texto firmado había sido redactado como expuesto al Pleno para solicitar el voto de los ediles, por lo que es algo extenso para una Declaración institucional.
Aquí el texto completo de la Declaración institucional de apoyo a la EBC
Os dejamos el video del pleno donde interviene nuestro compañero Fernando Moreno, Presidente de la Asociación para el fomento de la Economía del Bien Común en Andalucía, y coordinador del Campo de Energía de Cádiz.

El objetivo de las vacunas debe ser la gente, no el dinero
Originalmente publicado en project syndicate
LONDRES – Los anuncios recientes de resultados exitosos en dos ensayos clínicos de vacunas contra la COVID‑19 generan esperanzas de que un regreso a la normalidad esté cerca. Los datos preliminares de las nuevas vacunas de tipo mRNA de Pfizer/BioNTech y Moderna son muy alentadores y hacen pensar que es inminente su aprobación de emergencia. Y noticias más recientes respecto de la eficacia (aunque ligeramente menor) de una vacuna desarrollada en forma conjunta por AstraZeneca y la Universidad de Oxford también dan motivos para esperar otros avances.
En teoría, la llegada de una vacuna segura y eficaz sería el comienzo del fin de la pandemia de COVID‑19. Pero en realidad, no hemos terminado de empezar a lograr lo que realmente se necesita: una «vacuna de la gente» que se distribuya en forma equitativa y gratuita para todas las personas que la necesiten.
Por supuesto que hay que elogiar todo lo que se ha hecho para poder crear vacunas en apenas unos pocos meses. Ha sido un enorme salto tecnológico para la humanidad. Pero ese salto se hizo desde un trampolín de décadas de inversión pública a gran escala en investigación y desarrollo.
Las principales vacunas candidatas se basan en general en preparar al sistema inmunitario para detectar la «espícula» viral, una técnica que es posible gracias a años de investigación en los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. Más en lo inmediato, BioNTech recibió 445 millones de dólares del gobierno alemán, y Moderna recibió un millón de dólares de la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias y más de mil millones de dólares de dos organismos estadounidenses: la Autoridad para la Investigación y el Desarrollo Biomédico Avanzado y la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa. La vacuna de AstraZeneca‑Oxford recibió más de mil millones de libras (1300 millones de dólares) de financiación pública.
Pero para que los avances tecnológicos se conviertan en Salud para Todos, es necesario que las innovaciones de creación colectiva se rijan por el interés público y no por la ganancia privada. Esto se aplica sobre todo al desarrollo, la fabricación y la distribución de vacunas en el contexto de una pandemia.
Ningún país podrá resolver esta crisis actuando solo. Por eso necesitamos vacunas al alcance gratuito de todos. Pero el sistema de innovación actual antepone los intereses de los países de altos ingresos a los del resto, y las ganancias a la salud pública.
El primer paso hacia una vacuna de la gente es garantizar la plena transparencia de los resultados de los ensayos clínicos para permitir una evaluación independiente y rápida de la seguridad y eficacia de las vacunas. La publicación de datos preliminares incompletos a través de anuncios de prensa corporativos está dirigida a los mercados financieros, no a la comunidad sanitaria, y es una práctica que sienta un mal precedente. Mientras las acciones de las farmacéuticas se valorizan, los profesionales del área de la salud y la gente se ven obligados a tratar de adivinar los resultados de las pruebas. Conforme surgen más detalles sobre defectos en el diseño y la implementación del ensayo clínico de la vacuna de AstraZeneca‑Oxford, aumentan también los pedidos de un modelo de ciencia abierta y de que los protocolos y resultados se compartan en forma inmediata.
Además, hay preguntas cruciales sobre las principales vacunas candidatas que todavía no tienen respuesta. Presiones políticas y económicas en los países de altos ingresos llevan a que las farmacéuticas estén tratando de acelerar la aprobación de sus vacunas. Por eso han diseñado sus ensayos clínicos de fase III de modo de obtener resultados positivos lo antes posible, en vez de responder preguntas importantes, por ejemplo si la vacuna previene el contagio o sólo protege contra la enfermedad. Tampoco está clara la duración de la protección; si la vacuna es igualmente eficaz en jóvenes y ancianos, o en personas con comorbilidades; y qué diferencias hay entre las principales candidatas (lo cual es esencial para el diseño de estrategias de vacunación eficaces).
Además, el proceso de distribución de las vacunas sigue dominado por los intereses nacionales (sobre todo, los de los países desarrollados). Aunque la plataforma internacional de compra y distribución COVAX es un gran avance, pierde efectividad frente a inmensos acuerdos bilaterales de compra anticipada de países ricos que pueden darse el lujo de apostar a varias vacunas. Por ejemplo, los países de altos ingresos ya compraron cerca del 80% de las dosis de las vacunas de Pfizer/BioNTech y Moderna que estén disponibles el primer año.
En resumidas cuentas, los países ricos se han apropiado 3800 millones de dosis de diferentes fabricantes, contra 3200 millones (incluidos unos 700 millones de dosis para COVAX) para el resto del mundo. Es decir, reservaron dosis suficientes para dar cobertura a sus poblaciones varias veces, con posibilidad de que las dosis restantes no alcancen para vacunar ni siquiera a los grupos más vulnerables en los demás países.
Al mismo tiempo, como la carrera por las vacunas se centra sobre todo en los mercados occidentales, algunas candidatas serían muy poco viables fuera de un país desarrollado. La de Pfizer/BioNTech hay que conservarla a menos 70 °C, una temperatura inferior a la del invierno antártico. La distribución de esta vacuna creará costosos y complejos desafíos logísticos, especialmente para los países de ingresos bajos y medios. Aunque otras candidatas (por ejemplo la de AstraZeneca‑Oxford) son estables a temperaturas más altas, es notable que el primer producto que alcanza la fase de aprobación incluya un elemento tan evidente de discriminación de mercados.
Más allá de los intereses nacionales acecha el problema de los aun más estrechos intereses privados, derivado de un modelo de innovación farmacéutica hiperfinancierizado. Ahora que la pandemia da a los inversores la posibilidad de una ganancia inesperada, la industria está ampliando el modelo de negocios para desarrollar futuras vacunas. Pero mientras los inversores aprovechan cotizaciones astronómicas y crecientes plusvalías y liquidan las acciones de una empresa el mismo día que esta anuncia resultados preliminares prometedores en un ensayo clínico, la creación de una vacuna para la gente pasa a segundo plano.
La crisis de la COVID‑19 es una ocasión perfecta para saber si en los próximos años prevalecerá un modelo de innovación y producción más orientado a la salud pública. Pfizer se aferra al modelo de maximizar el valor para los accionistas, pero AstraZeneca al menos se comprometió a no lucrar con su vacuna «durante la pandemia». Aun así, el proceso (a pesar de toda la inversión pública que hay detrás de estas innovaciones) seguirá siendo opaco, y hay motivos para dudar de que AstraZeneca realmente esté dispuesta a anteponer la salud pública a las ganancias y ofrecer su vacuna al costo.
Las últimas noticias sobre vacunas han traído esperanza, pero también han puesto de manifiesto la disfuncionalidad del modelo de negocios de la industria farmacéutica y siembran dudas sobre la posibilidad de lograr una vacuna para la gente y Salud para Todos. Aunque el «business as usual» alcance por esta vez para superar la crisis, hay una manera mejor de hacer las cosas. Antes de que llegue la próxima pandemia, tenemos que entender que las vacunas son bienes públicos comunes y empezar a reorientar el sistema de innovaciones hacia un modelo simbiótico de colaboración entre el Estado y la empresa privada que se rija por el interés público.
Traducción: Esteban Flamini

12 argumentos a favor de una transición en el ámbito de las materias primas
Estimadas amigas, estimados amigos,
Nos dirijimos a Ustedes para compartir el documento «12 argumentos a favor de una transición en el ámbito de las materias primas«.
Este documento ha sido redactado por ONGs alemanas (entre otras Misereor y Pan para el Mundo) con el propósito de mostrar las razones para una reducción absoluta del consumo de materias primas en Alemania y una mayor responsabilidad en la extracción y producción de materias primas a nivel mundial. El grupo de trabajo sobre materias primas quiere incidir en los numerosos problemas e impactos negativos que el actual modelo de extracción y uso de recursos tienen sobre personas, los derechos humanos y el medio ambiente, sobre todo en el Sur Global. A pedido del grupo de trabajo el Almanaque del Futuro colabora ahora en el recojo de opiniones y lecturas sobre el tema.
En este sentido nos interesa conocer su opinión con respecto a la situación descrita y el documento mismo.
De antemano muchas gracias por su tiempo y sus comentarios:
¿Qué sugieren? ¿Qué visiones para una transformación equitativa y sostenible de los recursos tienen a escala local y global con países como Alemania y la UE?
El documento se ha redactado desde un punto de vista alemán. ¿Están de acuerdo con nuestro análisis? ¿Qué demandas y alternativas añadirían?
¿Están de acuerdo con los primeros pasos concretos que son formulados en las últimas páginas que plantean la reducción del consumo de materias primas, la regulación obligatoria de los derechos humanos en este contexto y la debida diligencia medioambiental durante la extracción de materias primas y a lo largo de las cadenas de suministro?
¿Qué más les gustaría señalar?
Gracias por su colaboración,
Almanaque del Futuro

La Era del Capítal Improductivo
En su libro «La Era del Capítal Improductivo», Ladislau Dowbor ofrece claves preciosas para descifrar la metamorfosis del sistema y sus nuevas formas de dominar y concentrar riquezas. También sugiere: es posible vencerla – pero con otros métodos.
puedes descargar el libro aquíLa-era-del-capital-improductivo

Mi casa es el río
La vida de Jules gira en torno al kayak y a los ríos, las venas del territorio. Comparte sus descubrimientos, desde la armonía con la naturaleza hasta el relato del río sobre las tragedias del desarrollo. Su emprendimiento de turismo con inspiración socioambiental forma parte de una telaraña con diferentes hilos de acciones que con su filosofía de vida le funciona, siempre en alianza con otra_os y donde es posible en el kayak.

Trabajos de mierda – Una teoría
El nuevo esclavismo. Pasarse la vida trabajando en algo totalmente innecesario. Un trabajo de mierda.
¿Su trabajo tiene algún sentido para la sociedad? En la primavera de 2013, David Graeber hizo esta pregunta en un ensayo lúdico y provocativo titulado «Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda». El artículo se volvió viral. Después de un millón de visitas en línea en diecisiete idiomas diferentes, la gente sigue debatiendo la respuesta.
Hay millones de personas: consultores de recursos humanos, coordinadores de comunicación, investigadores de telemarketing, abogados corporativos?, cuyos trabajos son inútiles, y ellos lo saben. Estas personas están atrapadas en unos trabajos de mierda. Olvide a Piketty o Marx; es Graeber, uno de los antropólogos y activistas más influyentes del momento, quien dice alto y claro que muchas de las tareas que se realizan en una economía de esclavos asalariados son una forma de empleo tan carente de sentido, tan innecesaria o tan perniciosa que ni siquiera el propio trabajador es capaz de justificar su existencia, y pese a ello se siente obligado a fingir que no es así.
La crítica social que persigue el libro es sólida y aguda, especialmente cuando introduce categorías tan refinadas como los «trabajos chapuza», que realizan determinados empleados para, por ejemplo, mantener en funcionamiento máquinas viejas y ahorrarle a la empresa la compra de nueva maquinaria. No deja de tener su lógica, ya que, como dijo Orwell, «una población que está ocupada trabajando, aunque sea en tareas totalmente inútiles, no tiene tiempo para hacer mucho más». De ahí que, como concluye Graeber, lo que tengamos sea una mierda permanente.
David Graeber es doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths College de Londres. Tiene un largo historial de activismo y compromiso político y entre su vasta bibliografía destaca el libro, «Lost People: Magic and the Legacy of Slavery in Madagascar» sobre la organización asamblearia de un pueblo de Madagascar, obra de cabecera del movimiento Occupy Wall Street, del que Graeber es uno de sus líderes intelectuales. Colabora habitualmente en medios como The Nation, Mute, The New Left Review y Harper?s. En 2006, la London School of Economics le reconoció como ?un destacado antropólogo que ha transformado radicalmente el estudio de la cultura?.

¿Qué aporta realmente la renta básica? Se probó con estos experimentos
de Sebastian Fobbe, artículo en alemán
traducido al español por Jorge Krekeler
¿Más feliz, más sano, menos pobre? Estos son los resultados de 5 pruebas de los últimos 50 años.
Cuando Jesta se entera de que ha ganado una renta básica, está de excursión en Brandeburgo. Se toma un descanso, pero incluso el silencio del bosque apenas puede contener sus emociones. Es como si una carga cayera repentinamente de ella: Hasta ahora, trabajaba como asesora por cuenta propia y recibía un subsidio (social) por ello. A menudo se sentía acosada por la oficina de empleo y a menudo tenía que temer por su existencia. Ahora está segura de que se avecinan tiempos mejores. (….) Durante un año, Jesta recibirá 1.000 euros al mes, sin condiciones. Tiene que agradecer esta ganancia a la asociación Mi Renta Básica, que recoge donaciones a través del crowdfunding y las sortea como dinero gratis entre los inscritos en cuanto se llena el bote de donaciones.
Iniciativa “Mi renta básica”
Fundada por el fundador de la start-up berlinesa Michael Bohmeyer, el objetivo de la asociación es probar la idea de una renta básica incondicional. Ya en octubre de 2014 se sortearon los primeros 12.000 euros entre los inscritos, en enero de 2021, la asociación ya está recaudando dinero para la renta básica 710.
Desde 2014, Mi Renta Básica ha distribuido dinero a personas extraídas al azar. Pero ahora el experimento va a ser llevado al siguiente nivel, científicamente acompañado.
Junto con investigadores del Instituto Alemán de Investigación Económica, la asociación pone en marcha a principios de este año el proyecto piloto Renta Básica, que garantizará a 120 personas 1.200 euros al mes. De nuevo, los ganadores serán sorteados, pero esta vez recibirán una renta básica durante 3 años para poder medir los efectos a más largo plazo. ¿Cómo funcionará esto? Los participantes rellenan un cuestionario cada 6 meses. Sus respuestas deberían dar una idea de lo que una renta básica haría a la sociedad en su conjunto, según los iniciadores del estudio a largo plazo, que será sólo el primero de un total de tres estudios en el proyecto. ¿Qué significaría el dinero gratis para todos: la buena vida o la pereza financiada? Al final se podría recomendar si esta gran idea puede llevarse a la práctica y ser una de las muchas soluciones para los problemas de nuestro tiempo. Pero una mirada a la historia puede darnos ya una idea de los posibles resultados, porque el proyecto que ahora se inicia no es el primer estudio sobre el dinero libre. En todo el mundo, varios países y organizaciones han estado experimentando con enfoques similares desde finales de la década de 1960.
5 de estos experimentos ya están dando resultados, y también muestran los límites de la idea. Razón suficiente para examinar de cerca los experimentos.
- La audaz idea de Nixon (y su fracaso).
Viajemos al año 1969. Mientras el alunizaje y la guerra de Vietnam dominan los titulares, el gobierno estadounidense se enfrenta a problemas sociales. La economía paralizada hace que cada vez más personas dependan de la asistencia social. El presidente republicano Richard Nixon responde con una solución sin precedentes: el «Plan de Asistencia Familiar» pretende aliviar a las familias trabajadoras con un impuesto negativo sobre la renta.
La idea de política social bastante antiamericana, incluso para la época de Nixon, procede en realidad de la política británica Juliet Rhys-Williams y se remonta a los años cincuenta: Todo el mundo tiene asegurado un crédito fiscal. Los trabajadores pagan menos impuestos sobre la renta al Estado hasta un determinado límite. Los que ganan poco o nada incluso reciben dinero en lugar de pagar impuestos. Aunque los expertos, que también cuentan con la confianza de los demócratas estadounidenses, trabajan en el plan y el Congreso vota para aplicarlo en todo el país, el proyecto acaba fracasando en el Senado. «Demasiado caro», dicen los críticos. En primer lugar, están de acuerdo con los pagos para los ancianos o las personas con discapacidad, y más allá de eso, con los experimentos localizados. La mayor tiene lugar en Seattle y Denver. Ambos deberían haber durado hasta los años 90. Pero no llega tan lejos: las prioridades en Washington cambian y el proyecto termina en 1980.
¿Y los resultados?
La evaluación posterior del investigador de la renta básica, Karl Widerquist, muestra que muchas cosas han cambiado a mejor para las familias necesitadas y las monoparentales desde aquella época. La salud y la situación de la vivienda de los participantes mejoraron durante el periodo de prueba; los niños también se beneficiaron: mejoraron su rendimiento en la escuela y los bebés nacieron con menos frecuencia con bajo peso.
- Dauphin, la ciudad sin pobreza
A pesar del prematuro cese en Estados Unidos, la alegría de la experimentación se extendió a la vecina Canadá a mediados de la década de 1970. El llamado «Experimento Mincome» se puso en marcha en 1974 como el experimento más elaborado de su época: 10.000 residentes de la provincia de Manitoba recibieron una renta básica anual de 1.255 dólares canadienses, justo por debajo del umbral de pobreza de la época, que se pagaba como un impuesto negativo sobre la renta, como en Estados Unidos. En el experimento Mincome, todos los residentes de Dauphin reciben una renta básica. De este modo, se puede utilizar la pequeña ciudad remota para observar lo que provoca una renta básica en una comunidad cerrada.
Pero no fue hasta décadas después que Evelyn Forget, profesora de economía, evaluó el experimento Mincome en su estudio «The Town With No Poverty». Sus conclusiones: Los habitantes de Dauphin siguieron trabajando prácticamente sin cambios, reduciendo sus horas sólo para cuidar a sus familiares, atender a sus hijos o ampliar sus estudios. Los jóvenes se casan más tarde, obtienen mejores resultados escolares y estudian más tiempo. Además, durante el periodo de prueba ingresaron menos personas en el hospital a causa de un accidente laboral o de problemas de salud mental, por lo que los costes en el sector sanitario se redujeron. Sin embargo, sigue siendo una cuestión abierta si esto fue una consecuencia del experimento o una simple coincidencia.
La crisis de los precios del petróleo en los años 70 anuncia el fin del Mincome. El aumento de las cifras de desempleo en Canadá provoca dificultades de financiación y hace que el gobierno cierre el grifo del dinero. Mincome es archivado y olvidado durante mucho tiempo. Lo que queda de la idea de Nixon y de las dos pruebas da una idea de los parámetros sociales que cambiaría una renta básica a gran escala: La salud, la educación, las relaciones, nada que a primera vista parezca estar relacionado con el dinero gratis. La bonanza monetaria no hizo a la gente ni más perezosa ni más trabajadora. Sin embargo, las pruebas también demuestran que las rentas básicas pueden llegar a su fin de forma repentina cuando la política o la economía ya no siguen el juego.
- La prueba optimista realizada en Finlandia
La crisis del euro, las sanciones rusas y la quiebra del antiguo gigante de la electrónica Nokia: para Finlandia, la primera década del nuevo milenio es de todo menos tranquila. La república, económicamente asediada, vuelve a ser noticia: Con la primera prueba de renta básica de Europa, los finlandeses dan a 2.000 desempleados 560 euros al mes en dinero gratis.
Sin sanciones, sin la obligación de solicitar un empleo, sin la presión de la agencia de asistencia social Kela, todo esto hace que los participantes se sientan significativamente más satisfechos y optimistas sobre el futuro que el grupo de control. Es interesante observar que los beneficiarios de la renta básica en Finlandia confían más en las instituciones estatales. Un resultado de la prueba de gran prestigio que también inspira a los investigadores y políticos de los Países Bajos. El propio experimento finlandés no se prolongó en 2019. Desde entonces, los investigadores han criticado la falta de tiempo, la escasez de recursos y una premisa poco definida. Pero para entonces los Países Bajos hacía tiempo que habían iniciado sus propias pruebas… con objetivos claros.
- La (fallida) renta básica light en los Países Bajos
En los Países Bajos, el actual sistema de bienestar es tan burocrático y complicado que no ayuda a los desempleados. El Gobierno es consciente del problema: espoleados por la puesta en marcha del experimento finlandés, varios ayuntamientos están jugando con la renta básica como solución en 2016. Esperan que estabilice la vida de los demandantes de empleo, facilitándoles la reinserción laboral, algo que algunos defensores de la renta básica siguen señalando hoy.
Pero La Haya impone condiciones. Eximir a los desempleados de la «obligación de cooperar», por ejemplo, de inscribirse regularmente o de que se controle su búsqueda de empleo, es ir demasiado lejos para el gobierno, incluso para los experimentos. Al final, 6 de las 9 ciudades neerlandesas originales pusieron en marcha un «experimento de confianza», que se supone que aumenta la confianza de los desempleados en los servicios sociales mediante una especie de «renta básica light». Este dinero gratuito estará vinculado a un mínimo de obligaciones de cooperación, por lo que se asemeja más a una asistencia social ampliada con menos condiciones.
Pero, ¿el dinero gratis realmente hace que estas personas trabajen mejor?
Uno de estos experimentos de confianza tiene lugar en la ciudad de Utrecht. Un informe publicado en 2020 bajo el lema «Saber lo que funciona» compara 3 grupos diferentes y un grupo de comparación para el que nada cambia. Muestra cuántos tornillos de ajuste tiene una renta básica light.
- Autorresponsabilidad: Este grupo está exento de la obligación de solicitud y reinserción. Los participantes pueden decidir por sí mismos si los municipios deben ayudarles en su búsqueda de empleo. Tras algunas dificultades iniciales, muchos de este grupo consiguen encontrar un trabajo, especialmente los poco cualificados. Sin embargo, se nota: Más participantes que en el grupo de comparación firman un contrato de trabajo permanente.
- Ayuda extra: En este grupo ocurre lo contrario. Los gestores de casos de la oficina de asistencia social mantienen un estrecho contacto con los participantes y tienen más margen de maniobra. El estudio muestra que la posibilidad de encontrar un trabajo de más de 12 horas semanales es mayor que en los otros grupos. Además, los gestores de casos pueden activar a quienes llevan mucho tiempo fuera del mercado laboral o tienen otros obstáculos para la colocación.
- Vale la pena trabajar: este grupo también se beneficia de las desgravaciones fiscales en los trabajos a tiempo parcial. En los Países Bajos, cualquiera que gane un poco más que la asistencia social tiene que pagar entre el 80 y el 100% de impuestos. No es de extrañar que muchos de este grupo encuentren un pequeño trabajo de más de 8 horas semanales. Sin embargo, es difícil que abandonen por completo la asistencia social.
Sin embargo, los científicos que acompañaron el experimento en Utrecht dejan clara una cosa: el hecho de que la renta básica tenga algún efecto sólo puede determinarse hacia el final del experimento. No está claro si los resultados de los últimos metros podrían haber sido una coincidencia y si los participantes habrían salido del paro incluso sin el dinero gratis. Los beneficios fiscales, en particular, entraron en vigor tan tarde que los investigadores no pueden determinar si tuvieron algún efecto. Sin embargo, lo que los autores del estudio pueden afirmar con certeza es que en el transcurso del experimento fue más probable que los participantes aceptaran minitrabajos, lo que no es exactamente el resultado que esperaban. Los experimentos en las demás ciudades también son bastante pobres: Por ejemplo, el Centraal Planbureau, el mayor instituto de investigación económica de los Países Bajos, informa de que el régimen de prestaciones sociales, poco regulado, está haciendo poco por combatir el desempleo.
Para una renta básica, estos experimentos muestran pocos resultados estadísticamente robustos: una renta básica light para los desempleados se ha alejado demasiado de la idea real. Sin embargo, los Países Bajos ofrecen indicios de cómo una renta básica de este tipo podría estimular la voluntad de trabajar. Sin embargo, para obtener resultados más sólidos, falta sobre todo una cosa: más tiempo. Pero hay otro experimento que lleva casi 40 años en marcha.
- La apuesta grande del Fondo Permanente de Alaska
Volvemos a Estados Unidos, concretamente al rincón más lejano del gigantesco estado, a la rica Alaska, rica en petróleo. Allí, el capricho experimental de la política social de los años ochenta conduce nada menos que al «único sistema real, actualmente existente, de una renta básica universal». Pero vayamos paso a paso.
Estamos hablando del Fondo Permanente de Alaska (APF), un fondo que se nutre de los ingresos de la industria petrolera del estado. Está consagrada en la constitución del estado de EE.UU. por votación popular en 1976. ¿La razón? Los habitantes de Alaska ven con escepticismo el auge del petróleo en su propio país. Hay demasiada preocupación por que el gobierno estatal despilfarre los ingresos del petróleo y la prosperidad de las generaciones venideras. La idea del APF es que el petróleo pertenece a todos los ciudadanos de Alaska, por lo que también deben recibir los beneficios de la industria petrolera. Desde que existe el fondo, al menos el 25% de los beneficios van a parar al FAP, que a su vez se distribuye cada año en octubre a todos los ciudadanos. Jóvenes o mayores, ricos o pobres, viejos o nuevos: Todos los residentes en Alaska pueden solicitar un dividendo. El primer dividendo se distribuyó en 1982, cuando los solicitantes recibieron 1.000 dólares per cápita. A lo largo del tiempo, el importe del dividendo ha fluctuado. Al año siguiente, los beneficiarios recibieron menos de 390 dólares de renta básica APF. En 2015, el dividendo alcanzó un máximo histórico de 2.072 dólares por persona.
¿Cuáles son las razones de las diferencias? Por un lado, los precios del petróleo hacen fluctuar el importe del fondo, pero por otro lado, también lo hacen los mercados financieros. El FAP se nutre de una amplia cartera bursátil, que incluye acciones de empresas inmobiliarias. Por cierto, debido a la crisis económica provocada por el virus de la corona, los habitantes de Alaska tendrán que conformarse con una renta básica de 992 dólares en 2020. El hecho de que Alaska lleve casi 40 años pagando una renta básica ha dejado su huella en la sociedad del estado. Los investigadores de la Universidad de Alaska concluyen que, sin el dividendo de la APF, un 25% más de personas tendrían que vivir por debajo del umbral de la pobreza. Sin embargo, la vida rural y la situación de los indígenas en Alaska siguen siendo precarias.
En sentido estricto, el FAP no es un experimento, sino un proyecto a largo plazo, con una ventaja adicional: el fondo funciona como una inyección de dinero en efectivo desde el exterior, y la cuestión de la refinanciación sostenible queda así resuelta, porque la renta básica no tiene que pagarse con el crecimiento o el presupuesto federal. Sin embargo, es discutible que el dividendo de la APF pueda considerarse una renta básica. Porque la aplicación necesaria en realidad contradice la idea.
Lo que muestran los experimentos – y lo que no muestran
Denver, Canadá, Finlandia, Países Bajos, Alaska: los 5 experimentos muestran de alguna manera cómo puede funcionar un sistema social con pocas reglas. Aunque la mayoría de los participantes ya no trabajaban, los factores «blandos», como el optimismo, la confianza o la salud, mejoraron. El factor decisivo es siempre cómo se adaptan los proyectos y qué objetivos persiguen, porque no existe una renta básica.
Sin embargo, ninguno de los experimentos se corresponde con la idea real de una renta básica incondicional, que debería ser sostenible, asequible y no burocrática para todos. Esto tiene que ver con los experimentos en sí, que están vinculados a las condiciones reales de la época y el país respectivos. El experimento perfecto nunca existirá, dice por ejemplo el economista y filósofo Philipp Kovce, que se ocupa de la renta básica. Le resulta especialmente difícil conseguir tres puntos:
- Todos los experimentos de renta básica están limitados en el tiempo y a un grupo, pero siempre deberían ofrecer respuestas válidas para el conjunto de la sociedad. Pero esto no es posible: ¿quién dejaría su trabajo sabiendo que el flujo de dinero es limitado en el tiempo?
- La renta básica es una reforma radical, habría que incluirla en casi todas las decisiones políticas. El Estado del bienestar tal y como lo conocemos probablemente dejaría de existir con una renta básica. Pero los experimentos no pueden simular una sociedad de renta básica.
- Los resultados de los experimentos sobre la renta básica no pueden interpretarse de forma inequívoca. ¿Es bueno o malo que los habitantes de Dauphin se hayan casado más tarde? ¿Es bueno o malo que los miembros del grupo experimental de Utrecht tuvieran más posibilidades de encontrar miniempleos? ¿Y tiene algún sentido que la renta básica de Alaska se base en los beneficios de una industria fósil? Todo esto es una cuestión de evaluación.
Philipp Kovce encuentra una respuesta radical: la renta básica no se puede probar, sólo se puede introducir. Tal vez el proyecto piloto de la Renta Básica sea el primer paso para ello. Al fin y al cabo, como iniciativa privada, no puede convertirse en un peón de la política.