El Tornillo: «El hombre champiñón»
….los comunes no son cosas: son, ante todo, sistemas sociales.
Sistemas vivos a través de los cuales las personas abordan problemas comunes. Así, el procomún depende antes que nada de un proceso social y relacional, y reivindica la necesidad de poner este aspecto relacional en el centro. Exactamente igual que numerosos enfoques económicos llamados heterodoxos (frente a la ortodoxia neoclásica) que reivindican el carácter social de la teoría y la práctica económica, más allá de estrategias de márketing puntuales que lo cooptan, para relegarlo acto seguido a los márgenes, como es el
caso del greenwashing o la responsabilidad social corporativa.
Históricamente, la economía marxista ha vinculado el nacimiento del capitalismo con la «acumulación primitiva» fruto de la destrucción y privatización de las propiedades y las relaciones comunales durante los famosos cercamientos del s. XVI y XVII, así como la colonización del continente americano por parte de las potencias europeas a lo largo de ese mismo periodo.
Por otro lado, la más reciente corriente de economía feminista surge con la voluntad de señalar y cuestionar las bases patriarcales de la sociedad en general y del pensamiento económico en concreto, con el «homo economicus» (individual, egoísta e independiente) como único sujeto de análisis económico. Este sesgo androcéntrico ignora la interdependencia, la eco-dependencia, los límites biofísicos del planeta y, en resumen, todos los procesos vitales y económicos que quedan al margen del mercado. La economía feminista analiza críticamente la aproximación epistemológica basada en el supuesto de autonomía de los individuos, lo que Julie Nelson (y otras autoras, recogiendo su testigo) llaman «la falacia del hombre hongo», basándose en la sugerencia de Thomas Hobbes de considerar a los hombres como «hongos» surgidos de la tierra, que llegan de repente a la madurez sin ningún tipo de interrelación entre ellos: una visión hegemónica pero problemática que ignora que toda persona requiere de cuidados, como mínimo durante la niñez, la vejez
y la enfermedad.
Nuestra concepción de la economía deforma como nos relacionamos, y la teoría económica dominante se aplica en muchos casos a la naturaleza del individuo como un hecho universal y manifiesto. Así entender la economía es, por un lado, un saber situado y subjetivo y, por otro, una ciencia social y, por consiguiente, contingente respecto a su contexto histórico y social, nos permite entender que se trata de un conjunto de sistemas cambiante y cambiable.
Las múltiples experiencias pasadas y presentes demuestran que otro mundo es posible, en un momento en el que es, además, urgentemente necesario. (La Comuna – La newsletter de los comunes – Guerrilla Media Collective – junio 2021)
¿Qué es eso del “trabajador champiñón”, una fórmula que usas a menudo?
Las empresas, pero en general el mundo de lo público –y si me apuras también el mundo militante– exigen a las personas cuando se insertan en la empresa que vengan libres de toda responsabilidad que interfiera con su curro y que aparezcan con sus necesidades resueltas, no les importa ni cómo ni dónde solucionan sus necesidades, ni quién se hace cargo de las responsabilidades que deberían asumir, como el cuidado de los menores o la gestión de su propio hogar. Piden personas que no tengan ni responsabilidades de cuidados ni necesidades, es decir, como si brotarán de una seta, de una nada, brotan cuando aparecen en el ámbito público, de la empresa, y desaparecen cuando salen de ahí. Para las empresas, el resto de la vida da igual. Pasa lo mismo con la gente migrante, de ahí la frase “Queríamos mano de obra y vinieron personas”. Amaia Pérez Orozco (economista feminista ) autora del libro ‘Subversión feminista de la economía’