La COP 26 en Glasgow comenzó con una gran cantidad de declaraciones. Sin embargo, en última instancia, no se tomó ninguna acción real e inmediata para prevenir una catástrofe climática y satisfacer la demanda de justicia e igualdad para los más afectados por la crisis climática.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la COP26, trae a Glasgow, Reino Unido, debates de diferentes actores sociales, a veces antagónicos, que se supone componen mesas de diálogo para encontrar caminos comunes para el futuro del planeta. Sin embargo, en un juego de contradicciones, la 26ª edición de la conferencia sobre el clima despunta como un evento “solo de fachada“.
Las cuestiones que impregnaron la conferencia en la primera semana del evento fueron más allá de las acciones para neutralizar las emisiones de gases nocivos hasta mediados de este siglo. Se refieren al modelo de relación entre el Norte y el Sur global. Cuánto están dispuestos los países del norte, con sus corporaciones, a disminuir sus economías y reducir los “beneficios” para limitar el calentamiento de la temperatura media global en 1,5 ̊C? Si los patrocinadores de la COP26 se utilizan como criterio para responder a la pregunta que retoma el dilema entre economía y ecología, los indicadores serán ciertamente tristes. Las 11 empresas seleccionadas como “socios principales” de la COP26 causan más contaminación de gases de efecto invernadero a nivel mundial en 2020 (350 millones de toneladas) que la producida por Colombia, Perú, Venezuela y Chile, que en conjunto emitieron 390M de toneladas en 2019. Las contradicciones se amplían al incluir una mirada a las relaciones laborales, el medio ambiente y los derechos humanos del actual modelo económico extractivo.
Las falsas soluciones climáticas parecen guiar el debate oficial del evento, que también se caracteriza por ser una de las COP menos transparentes: los diálogos que construyen los acuerdos se detienen en los gobiernos de los Estados, sin una participación libre de la sociedad civil. La plataforma online del evento también presentó inestabilidad y dificultó el seguimiento, y los espacios internos de la conferencia se organizaron para un diálogo entre iguales. En la misma dirección de la opacidad de las discusiones, se toman decisiones históricas sin una participación directa de los principales interlocutores, como en el caso del fondo de financiación del clima para los pueblos indígenas de 1.700 millones.
En actos paralelos a la COP26, como en el Tribunal Internacional del Derecho de la Naturaleza, Naniwa Huni Kuin, un indígena de Acre (Brasil), llamó la atención sobre las iniciativas “tomadas para nosotros sin nosotros”. “Son eventos que debaten soluciones sin tener en cuenta a los principales protectores de la Tierra. Parece que la COP26 se ha convertido en un evento para decidir el precio del carbono en políticas que siguen promoviendo la invasión de territorios, como el propio crédito de carbono”, destacó el líder indígena. La crítica también fue hecha por el líder indígena Dinamã Tuxá, de la coordinación de la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil (Apib), durante el diálogo sobre el Espacio Brasil, en la Zona Azul de la conferencia climática. “Son iniciativas que nos producen aprensión porque son, de nuevo, acciones colonizadoras. Los países ricos, y principales emisores, debaten sobre las acciones para los pueblos indígenas sin una representación de los pueblos. El proceso se inicia de forma cruda”, subrayó el abogado indígena.
Horizontes en los pueblos indígenas y en la juventud
Ampliando el horizonte del estrecho fatalismo que actúa como analgésico de las necesarias transformaciones radicales y de la capacidad camaleónica del sistema capitalista, aparecen en la COP26 los movimientos sociales, especialmente los protagonizados por los pueblos indígenas. Se trata de organizaciones territoriales que presentan alternativas a las limitadas perspectivas del capitalismo desde una convivencia re-significada con la naturaleza, que no termina en la instrumentalización de la vida y el conocimiento y su mecanismo de saqueo y apropiación neocolonial.
Los pueblos tradicionales, hoy escuchados por movimientos juveniles como Extinction Rebellion, se alejan de las píldoras analgésicas de las falsas soluciones sostenibles que formulan reajustes del sistema que está en la raíz de las crisis socioambientales que conducen, si no a un cambio radical, a un futuro catastrófico. Desde la demodiversidad que integra la creatividad popular para una profunda transformación social, rompen con el capitalismo “benefactor” y el “Estado Facilitador” defendiendo, en una pluralidad de acciones, una forma de vida que se sostiene en los márgenes del sistema hegemónico colonizador. El grito contra la mercantilización-financiación de la Naturaleza viene de las periferias geográficas, contra las políticas históricas extractivistas que fundaron el capitalismo y la modernidad a partir del saqueo y la apropiación colonial. Hoy en día, la “maldición de los recursos naturales” se cierne sobre América Latina -especialmente la Amazonia- disfrazada de “solución climática”.
Mientras los dirigentes mundiales apuestan sus últimas fichas al “extractivismo verde”, a los “créditos de carbono”, al “capitalismo sostenible”, a los “fondos para el nuevo desarrollo”, a la “responsabilidad social de las empresas”, los pueblos del Sur lanzan una mirada urgente y crítica a la “neoliberalización del clima”. Las formas de relacionarse con la naturaleza, de organizar la sociedad y la economía de los pueblos tradicionales, que durante siglos fueron descalificadas y calificadas de subdesarrolladas e insuficientes, son hoy el aliento -quizá el único- que señala el camino para un ” punto de no retorno” que está tocando a la puerta de la humanidad. Son orientaciones hacia un “desarrollo” inverso, equitativo y sobrio, que radicalizan y rechazan las adaptaciones al sistema capitalista que minimizan la urgencia de los cambios estructurales, como la ruptura con el modo de vida imperial que construye un bienestar “del norte” y de las élites del sur sostenidas por la crisis social-climática.
Los retos de pensar en las cuestiones climáticas también desde la perspectiva de la justicia social y medioambiental implican un cambio paradigmático que va desde las relaciones interpersonales hasta la transferencia de la centralidad de la vida humana a una comprensión biocéntrica. Es un nuevo giro copernicano. Los caminos concretos para combatir la crisis climática en su matriz problemática se presentan con la desmercantilización de la Naturaleza, que pasa por el fortalecimiento de los controles ambientales, la demarcación de los territorios indígenas, quilombolas y pesqueros, y principalmente la transición gradual hacia el abandono de la economía extractiva. Se trata de exigencias abruptas, pero que sólo pueden surgir de una crisis. Y, desgraciadamente, por lo que indica la COP26, son salidas que solo pueden darse a través de la movilización social.
En estos días experimentamos a nivel global la más grave crisis sistémica que haya vivido la humanidad. Nuestros días y años han transcurrido en un escenario paradójico. Por una parte, los seres humanos han logrado generar riqueza, conocimientos científico técnicos para dominar el mundo y parte de la galaxia de la cual formamos parte. Pero, por otra parte, quienes concentran el poder económico y político han creado las desigualdades y las violaciones más aberrantes de la humanidad. La acumulación de riqueza es vergonzosa y detestable cuando millones de personas en el mundo no cuentan con lo básico necesario para llevar una vida con dignidad. Los bienes públicos como la salud, la educación, el conocimiento, las vidas la tecnología han sido convertidos en mercancías costosas e inalcanzables para la mayoría de la población.
Las consecuencias de esta ignominiosa e insoportable situación están teniendo una respuesta global. Movimientos sociales, sindicalistas, algunos partidos políticos minoritarios, organizaciones sociales y, excepcionalmente, algunos gremios académicos y medios comunicativos han levantado
voces de protesta y propuestas para superar la crisis. La capacidad de incidencia de estos actores socio-políticos ha sido insuficiente para obligar a quienes toman decisiones de poder a cambiar el rumbo de la historia. Por el contrario, de manera desafiante y utilizando la violencia como
mecanismo de persuasión han extinguido la llama de la protesta legítima y la han criminalizado.
Pero en las circunstancias actuales la juventud, y otros actores sociales hemos comprendido que el futuro, no solamente de los jóvenes, sino de la humanidad está en riesgo. Especialmente la juventud de las grandes y medianas ciudades están explorando nuevas formas de manifestar sus
protestas y de negociar espacios de poder en la sociedad. La danza, la música, la pintura son medios para expresar sus insatisfacciones de manera contundente. Pero como la como la olla de presión está llena, la indignación estalla también en formas violentas e incontrolables. Sabemos que toda violencia genera violencia. En este caso la violencia ejercida de manera directa (asesinato de líderes y lideresas sociales) y soterrada (discursos mentirosos y campañas mediáticas) trae como respuesta la violencia. Los llamados vándalos destruyen, incendian, saquean porque ya no tienen nada que perder. La rabia, el rencor crecen y amenazan con el caos social. Desde luego, ninguna forma de violencia es el remedio a nuestros males.
Las juventudes (incluye la juventud acumulada) están esperanzadas en cambiar el rumbo de los acontecimientos. Por aquí y por allá surgen grupos de trabajo, asambleas barriales, diálogos con las comunidades, arte callejero convocando las fuerzas vivas para la resistencia y la actuación en contra del modelo económico y político de la actual sociedad. A mi alrededor, hay un grupo de jóvenes que se expresan, que salen a la calle, que opinan. Sus narrativas son creíbles; sin embargo, hay un tema o un problema por resolver: cómo articular todas las energías sociales para poder incidir en el cambio de rumbo de la historia. No está claro el camino. La sobrevivencia, la pandemia de la covid-19, las presiones sociales, la represión y la auto-represión pueden debilitar estos impulsos emancipadores.
Tratando de entender el “momento histórico”, la humanidad está en una encrucijada de “no retorno”; si avanza, a pesar de las evidencias, en la generación de las desigualdades sociales, en la destrucción a escala global de los sistemas ecológicos, y en el sostenimiento de un estilo de vida
consumista entramos a un futuro sin futuro.
San Gil 11 de agosto de 2021
Miguel Arturo Fajardo Rojas, licenciado en filosofía con algunas especializaciones en investigación y educación. Actualmente es director del Centro de Estudios en Economía Solidaria de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de UNISANGIL
Este trabajo es una iniciativa de UNICEF Bolivia y Fundación Gaia Pacha para generar debate sobre temas relevantes en resiliencia climática en Bolivia. Los Niños, Niñas, Adolescentes y Jóvenes que fueron un proceso en el que primero recibieron capacitaciones para luego plantear propuestas, en base a 9 ejes temáticos de trabajo: Agua, Bosques, Energía, Innovación tecnológica, Agricultura, Mecanismos de financiamiento, compromisos y monitoreos territoriales, locales y descentralizados, Educación y Acceso a la información, Poblaciones Vulnerables e indígenas originarias y Economía Circular para la mitigación.
Este documento temático es el resultado de un proceso de aprendizaje colectivo sobre el Derecho a la Ciudad, redactado por Álvaro Puertas Robina, ex Secretario General de la Coalición Internacional del Hábitat, con el apoyo de un grupo de referencia formado por diferentes miembros y aliados de la PGDC. El documento revela el potencial del Derecho a la Ciudad como «uno de los marcos de referencia para guiar la Acción Climática equitativa y crear conjuntamente agendas prácticas para mitigar el Cambio Climático, adaptarse a sus impactos y garantizar la restitución de los derechos perdidos en el pasado, preservando esos derechos para las generaciones futuras».
Para los multimillonarios, el futuro de la tecnología consiste en su capacidad de huida. El objetivo es trascender la condición humana y protegerse del cambio climático, los grandes flujos migratorios, las pandemias globales…
Douglas Rushkoff 1/08/2018
Diseño interior y exterior del ‘toro de Stanford’, un proyecto de la NASA que proporcionaría una vivienda fija a entre 10.000 y 140.000 personas.
El año pasado me invitaron a dar una charla en un resort de superlujo ante un público que suponía integrado por unos cien banqueros de inversión. Nunca antes se me había ofrecido tanto dinero para dar una charla –la mitad de lo que gano en un año como profesor– y todo por intentar arrojar algo de luz sobre “el futuro de la tecnología”.
Nunca me ha gustado hablar sobre el futuro. Los actos en formato pregunta y respuesta tienden a acabar siendo como una especie de juego de salón en el que se me pide opinar sobre la última palabra tecnológica de moda como si fueran indicadores para potenciales inversiones: cadena de bloques, impresión 3D o CRISPR. Rara vez tiene el público un interés real en aprender acerca de las nuevas tecnologías ni sobre su potencial impacto, más allá de poder discernir entre invertir o no en ellas. Pero el dinero es lo primero, así que acepté el bolo.
A mi llegada, pensé que me conducirían hasta el camerino, pero en lugar de colocarme un micrófono o llevarme hasta el escenario, me dejaron sentado ante una mesa redonda e hicieron pasar a mi audiencia: cinco tipos súper ricos (sí, todos ellos varones), y de las altas esferas en el mundo de los hedge funds. Después de intercambiar unas breves palabras no tardé en advertir que tenían nulo interés en los contenidos que me había preparado sobre el futuro de la tecnología. Venían con su propia batería de preguntas preparada.
Empezaron planteando cuestiones bastante inocuas tales como ¿Ethereum o bitcoin? ¿Es real la computación cuántica? Sin embargo, sin prisa pero sin pausa, fueron escorando sus preguntas hacia los temas que verdaderamente les preocupaban.
¿Qué región se vería menos afectada por la crisis provocada por el cambio climático, Nueva Zelanda o Alaska? ¿Realmente Google está construyéndole a Ray Kurzweil un hogar para albergar su mente? ¿Logrará su conciencia sobrevivir a la transición, o por el contrario perecerá y renacerá una completamente nueva? Y, por último, un director general de una agencia de bolsa comentaba que estaba a punto de terminar de construirse un búnker y lanzó la pregunta:“¿Cómo conseguiré imponer mi autoridad sobre mi guardia de seguridad después del acontecimiento?”.
El acontecimiento. Este era el eufemismo que empleaban para el colapso medioambiental, la agitación social, la explosión nuclear, la propagación imparable de un virus o el momento en que el hacker de Mr. Robot acabe con todo.
Esta fue la cuestión que nos mantuvo ocupados durante toda la hora restante. Eran conscientes de que necesitarían vigilantes armados para proteger sus instalaciones de las masas encolerizadas. ¿Pero, con qué iban a pagarles cuando el dinero ya no valiera nada? ¿Y qué impediría a su guardia armada elegir a su propio líder? Estos multimillonarios barajaban recurrir a cerraduras de combinación especiales para proteger el abastecimiento de alimentos, que sólo ellos controlarían. O poner a sus vigilantes algún tipo de collar disciplinario a cambio de su propia supervivencia. E incluso, crear robots capaces de servir como guardias o trabajadores, si es que daba tiempo a desarrollar la tecnología necesaria.
Fue en ese punto cuando me di cuenta de que al menos para estos caballeros, esos eran los temas que pretendían escuchar en una charla sobre el futuro de la tecnología. Siguiendo el ejemplo de Elon Musk y su colonización de Marte, o del envejecimiento revertido de Peter Thiel o del proyecto de Sam Altman y Ray Kurzweil de subir sus mentes a supercomputadoras, se preparaban para un futuro digital que tenía bastante más que ver con la intención de trascender la condición humana y protegerse del peligro real y presente del cambio climático, el aumento de los niveles del mar, los grandes flujos migratorios, las pandemias globales, el pánico nacionalista o el agotamiento de los recursos que con la construcción de un mundo mejor. Para ellos, el futuro de la tecnología en realidad consiste en una cosa: la capacidad de huida.
No es que haya nada de malo en las valoraciones súper optimistas sobre los beneficios de la tecnología para las sociedades humanas. Es que la actual tendencia hacia una utopía posthumana es algo muy distinto, que tiene más que ver con una cruzada para trascender todo lo humano: el cuerpo, la interdependencia, la compasión, la vulnerabilidad y la complejidad que con cómo imaginar la gran migración de la humanidad hacia un nuevo estado existencial. Los filósofos de la tecnología llevan advirtiéndolo varios años: la visión transhumanista reduce con demasiada facilidad toda la realidad a los datos, y concluye que “los seres humanos no son más que objetos procesadores de información”.
Es la reducción de la evolución humana a un videojuego en el que alguien gana la partida al encontrar la ventanilla de salida, dejando que se unan al viaje algunos de sus mejores amigos. ¿Musk, Bezos, Thiel… Zuckerberg? Estos multimillonarios son los presuntos ganadores de la partida de la economía digital, vamos, más de lo mismo según la lógica empresarial de la supervivencia de los más aptos y que, para empezar, es la misma que alimenta toda estas especulaciones.
Obviamente, las cosas no siempre han sido así. A principios de los años noventa, durante un breve espacio de tiempo, el futuro digital ofrecía un final abierto a nuestra imaginación. La tecnología era como un patio de recreo que permitió a la contracultura crear un futuro más inclusivo, distributivo y pro humano. Sin embargo, los intereses económicos establecidos sólo veían en ella un nuevo nicho para la extracción de beneficios de toda la vida y demasiados tecnólogos fueron seducidos por las empresas unicornio. Los escenarios del futuro digital pasaron a ser más como los futuros sobre acciones o los futuros de algodón, un nicho ideal para hacer predicciones y apuestas. De modo que, la relevancia de cada discurso, artículo, estudio, documental o papel en blanco solo dependía de que apuntara a un indicador bursátil. El futuro se convirtió no tanto en algo en lo que influyen las opciones por las que apostamos hoy, o nuestras esperanzas para la humanidad de mañana sino en un escenario al que estamos predestinados y sobre el que apostamos con nuestro capital de riesgo, pero al que llegamos sin más capacidad de acción.
Este enfoque permite a todo el mundo librarse de cualquier implicación moral de sus actividades. El desarrollo tecnológico tenía que ver cada vez más con la supervivencia individual que con una perspectiva de mejora colectiva. Y, lo que es aún peor, como pude comprobar, cualquier comentario de advertencia en este sentido te convertía a tu pesar en un enemigo del mercado o en un tecnófobo gruñón.
Por muy entretenido que resulte en términos filosóficos plantearnos este tipo de cuestiones, lo cierto es que no contribuye demasiado a lidiar con las verdaderas disyuntivas morales que plantea el desarrollo tecnológico desatado en nombre del capitalismo corporativo. Las plataformas digitales han logrado convertir un mercado ya de por sí explotador y extractor (véase Walmart), en una versión del mismo aún más deshumanizante (véase Amazon). La mayor parte de nosotros ya fuimos conscientes de los inconvenientes que plantea la automatización de los trabajos, la gig economy y la desaparición del comercio local.
Pero el desarrollo a toda velocidad del capitalismo digital tiene un impacto devastador sobre el medioambiente y la población más pobre a escala global. Las redes de trabajo en condiciones de esclavitud están detrás de la fabricación de algunos de nuestros ordenadores y smartphones. Estas prácticas están tan profundamente arraigadas que en una ocasión una compañía llamada Fairphone, fundada desde la base con la intención de fabricar y comercializar teléfonos éticos, acabó concluyendo que era imposible. (Por desgracia, el fundador de la compañía se refiere a sus productos ahora como teléfonos “más justos”.)
Mientras tanto, la extracción de metales preciosos y los residuos que generan nuestros dispositivos de alta tecnología digital destruyen los hábitats humanos, que son sustituidos por vertederos tóxicos que acaban siendo recogidos por niños campesinos y sus familias, que vuelven a vender los materiales reutilizables a los fabricantes.
“Ojos que no ven corazón que no siente”, pero la externalización de la pobreza y del veneno no desaparece por el mero hecho de que nos pongamos unas gafas de tres dimensiones y nos sumerjamos en una realidad alternativa. Cuanto más ignoremos las repercusiones sociales, económicas y medioambientales, más problemáticas se tornarán estas. A su vez, esta situación genera una dinámica de mayor repliegue, aislamiento y fantasías apocalípticas, a la par que la necesidad de inventar desesperadamente más tecnología y planes de negocio. El ciclo se retroalimenta a sí mismo.
Cuanto más comulgamos con esta interpretación del mundo, más tendemos a ver al ser humano como parte del problema y a la tecnología como una solución al mismo. La propia esencia de la condición humana se considera cada vez menos como un rasgo definitorio y más como un virus. Las nuevas tecnologías se consideran como algo neutro, obviándose el sesgo que encierran. Así, los malos hábitos que inducen en nosotros no son más que un mero reflejo de la corrupción de nuestra propia esencia. Como si la culpa de nuestros problemas radicara de alguna forma en nuestro salvajismo innato. Igual que la ineficacia del sector del taxi se “soluciona” mediante una aplicación que arruina a los conductores humanos, las molestas inconsistencias de la psique humana se pueden corregir mediante una versión mejorada digital o genética.
En último término, de acuerdo a la ortodoxia de la tecnología que todo lo resuelve, el clímax del futuro de la humanidad llegará con la capacidad de subir nuestra conciencia a un ordenador o, quizá mejor aún, aceptar que la propia tecnología es nuestro sucesor lógico evolutivo. Ansiamos entrar en la siguiente fase trascendente de nuestra evolución, como si fuéramos miembros de un culto gnóstico, mudando de cuerpo y dejando el viejo tras nosotros, junto con nuestros pecados y pesares.
Las películas y series de televisión se encargan de la representación de estas fantasías. Las series de zombis nos muestran un mundo post apocalíptico en el que la gente no es mucho mejor que los muertos vivientes, y parece ser consciente de ello. Y, lo que es aún peor, invitan a los espectadores a imaginarse el futuro como una batalla de suma cero entre los pocos humanos que quedan, en la cual la supervivencia de un grupo depende de la destrucción del otro. Incluso la segunda temporada de Westworld, basada en una novela de ciencia ficción en la que los robots corren por ahí enloquecidos, termina con una revelación final: los humanos somos más simples y predecibles que las inteligencias artificiales que nosotros mismos hemos creado. Los robots aprenden que cada uno de nosotros puede ser reducido a unas pocas líneas de código y que somos incapaces de elegir deliberadamente. Qué demonios, hasta los robots de la serie quieren trascender los límites de sus cuerpos y pasar el resto de sus vidas en una simulación de ordenador.
Semejante intercambio de roles entre los humanos y las máquinas requiere una gimnasia mental que parte de la presunción implícita de que los humanos dejamos bastante que desear. O bien los cambiamos o bien nos alejamos de ellos para siempre.
Así, los tecnomultimillonarios lanzan coches eléctricos al espacio, como si esto simbolizara algo más que la capacidad de un multimillonario de hacer un poco de promoción corporativa. Y, si algunos pocos logran escapar a velocidad de vértigo y sobrevivir de alguna forma en una burbuja en Marte –a pesar de nuestra incapacidad para lograr generar una burbuja similar aquí en la Tierra, tal y como se demostró en las dos pruebas de la biosfera, que costaron miles de millones- será más bien porque la élite se ha provisto de un bote salvavidas, pero no garantizará a la diáspora humana una oportunidad de supervivencia.
Cuando los hedge funders me preguntaron cómo podrían ejercer su autoridad sobre las fuerzas de seguridad después de “el acontecimiento”, sugerí que la mejor apuesta sería empezar a tratarles muy bien desde ya. Entablar relación con ellos como si fueran miembros de su propia familia. Y cuanto más impregnaran sus prácticas empresariales, su gestión de la cadena de suministros, sus esfuerzos por contribuir a la sostenibilidad y la distribución de la riqueza de este ethos de inclusividad, menos probable sería, para empezar, que se produjera un “acontecimiento” de estas características. Toda esa magia tecnológica podría empezar a aplicarse desde hoy mismo a unos intereses quizá menos románticos pero sí más colectivos.
Mi optimismo les hacía gracia pero en ningún momento me lo compraron. No tenían ningún interés en evitar la desgracia; están convencidos de que ya no hay tiempo para ello. Por mucho poder y riqueza que acumulen, no se creen capaces de influir en el futuro.Sencillamente, se limitan a aceptar el más oscuro de los escenarios y a reunir la mayor cantidad de dinero y tecnología que les permita aislarse, sobre todo si se quedan sin sitio en el cohete rumbo a Marte.
Por suerte, aquellos de nosotros que no disponemos de los fondos suficientes como para renegar de nuestra propia humanidad, disponemos de un buen número de opciones mucho mejores. Ni siquiera tenemos que utilizar la tecnología de una forma tan antisocial y atomizada. Basta con que no nos convirtamos en los consumidores y perfiles individuales que quieren nuestros dispositivos y plataformas, y podemos recordar que el ser humano verdaderamente evolucionado no opta por una salida individual.
La condición humana no tiene que ver con la supervivencia o escapatoria individual. Es un deporte de equipo. Cualquiera que sea el futuro que aguarda a la humanidad, nos afectará a todos.
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Photo by Paul May http://twitter.com/paulmmay
Douglass Rushkoff es autor del libro de próxima publicación Team Human (W. W. Norton, enero de 2019) y host del podcastTeamHuman.fm.
“Después de dos años de huelgas escolares, el mundo todavía se encuentra en un estado de negación de la crisis climática” afirman Greta Thunberg, Luisa Neubauer, Anuna De Wever y Adélaïde Charlier publicaron hoy una carta abierta dirigida líderes mundiales publicada hoy en The Guardian.
Este jueves Thumberg y otros destacados huelguistas escolares se reunirán con Angela Merkel, la canciller de Alemania, que ostenta la presidencia rotatoria del consejo europeo. Exigirán el cese de todas las inversiones y los subsidios en combustibles fósiles y el establecimiento de presupuestos anuales vinculantes de carbono basados en la mejor ciencia.
“Nuestras demandas incluyen detener todas las inversiones y subsidios en combustibles fósiles, desinvertir en combustibles fósiles, hacer del ecocidio un crimen internacional, diseñar políticas que protejan a los trabajadores y a los más vulnerables, salvaguardar la democracia y establecer presupuestos anuales vinculantes de carbono basados en la mejor ciencia disponible.”
La sociedad debe empezar a tratar esto como una crisis (…) Y si los líderes no están dispuestos a hacer, tendrán que comenzar a explicar por qué están renunciando al acuerdo de París. Renunciando a sus promesas. Renunciando a las personas que viven en las zonas más afectadas. Renunciando a las posibilidades de entregar un futuro seguro a sus hijos. Rendirse sin siquiera intentarlo”.
Greta Thunberg ganó el Premio Gulbenkian de Humanidad que le otorgó un millón de euros y que ha decidido donar en su integridad a proyectos que combaten «la #crisisclimática y #ecológica». La donación será para luchar contra el covid-19 en la Amazonía brasileña y será ejecutada por la organización “Fridays for Future Brasil” y la fundación “Stop Ecocide” de Holanda, que busca hacer del ecocidio un crimen internacional. #Amazonía
Thunberg es una joven sueca de 17 años y originó el School Strike for Climate, un movimiento ambientalista que realiza huelgas todos los viernes en contra del cambio climático,
En agosto de 2018 inició una protesta en solitario, decidiendo faltar cada viernes al colegio y sentarse con una pancarta que decía School Strike for Climate (huelga escolar por el clima) frente a la sede del Parlamento sueco en Estocolmo hasta que el gobierno cumpliera con el compromiso de recorte de emisiones del Acuerdo de París contra el cambio climático. “¿De qué sirve estudiar para el futuro si ese futuro parece que no va a ser?”, justificó en una entrevista de prensa.
El 16 de septiembre del mismo año, a través de su cuenta oficial de Twitter @GretaThunberg , Greta publicó un video en el que hizo un llamado a los políticos de su país para fortalecer sus acciones en el cambio climático, mismo en el que usó el hashtag FridaysForFuture convirtiéndose en tendencia para las personas que apoyan esta causa.
A partir de ahí, la joven activista sueca, logró erigirse en todo un símbolo de la causa. Así, pasó de ser una desconocida a movilizar al Parlamento de Estocolmo, a crear el movimiento mundial Friday’s For Future, a asistir a la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU en Polonia y a participar del Foro Económico Mundial de Davos. Su intervención en este último evento, en enero, no pasó desapercibida. “No quiero su esperanza, quiero que empiecen a entrar en pánico”, lanzó en su discurso.
Lo que inició con una sola joven actualmente se ha sumado desde entonces más de un millón de niños y adolescentes en más de 100 países, que están secundando las huelgas escolares por el cambio climático.