Indignación y Cambio Político
En lugar de columna quizás es más un compartir del intento personal de comprender un fenómeno de mucha vigencia y con un liderazgo indiscutible de gente joven: los estallidos sociales, que para algunas (os) no son más que protestas. Para lograr una comprensión medianamente aceptable me veo obligado ordenar mis ideas y pensamiento, haciendo un esfuerzo mental demandante que es el desmonte de lógicas vigentes para intuir nuevas sendas – sendas, seguramente no nuevas para muchas (os) pero si para mí, y va mi sospecha para buena parte de mi generación.
En estos días, un buen amigo con quien compartimos un diálogo sin tabúes, sin vetar de entrada corrientes de pensamiento fuera del mainstream, estigmatizadas por el mundo mediático dominante y así asimiladas por las mayorías como ideas conspiranoicas, me pasó un dato que no me salió más de la mente: «… la estabilidad de estados, también de religiones no se basa principalmente en las instituciones, mucho menos en el poder o la violencia, sino en algo muy diferente: en la humildad de la(os) indignadas(os). Y este recurso se agotó. Por esto tiembla la tierra…”; así lo escribe Bernd Ulrich del periódico alemán Die Zeit. Seguramente quedó grabado en mi memoria instantáneamente por facilitar una senda de comprensión de lo que está sucediendo: hace unos años declarada posteriormente como la primavera árabe en varios países norafricanos, luego en otros lugares, entre ellos en Argentina, Francia con los chalecos amarillos, Chile, Myanmar, Hong Kong y recientemente en Colombia.
Son jóvenes, en diferentes partes del mundo, de diferentes clases sociales, quienes ventilan su indignación ante la falta de futuro o un futuro sin ellas (os), donde no caben ni ellas(os) y mucho menos sus sueños. Mientras que Greta Thunberg y Fridays for Future buscan un diálogo con el mundo político y los tomadores de decisión, los estallidos sociales más recientes dejan entrever una hoja de ruta distinta: un rechazo rotundo de la situación actual y manifestaciones muy coloreadas, hasta lúdicas, nada violentas pero determinados que la cosa no va más o por lo menos no va sin ellas (os). Es poco probable que todas(os) las (os) jóvenes hubiesen leído el libro «Transformar el mundo sin tomarse el poder» de John Holloway y, sin embargo, componen y levantan agendas que más allá de aspirar a ser tratado en el marco de negociaciones dibujan y generan nuevas realidades, plasmando espíritus asamblearios, horizontes de territorio; en vez de aspirar a cambios en la cosmética del actual sistema y sus políticas se percibe un quiebre con el establishment, entendido como poder establecido, clase dominante y sistema político.
Ante la disyuntiva, entre dialogar y negociar versus la contundencia del no va más, la vía dialógica tiene algo en común con el intento de identificar un posible desenlace de la segunda opción, echando mano al repertorio establecido de la política: una cierta disfuncionalidad. Los magros resultados caracterizados por el incumplimiento generalizado se encuentran a la altura de la confusión explicitaría por donde pudiera darse un desenlace.
La colmatación de la indignación es, sin duda alguna el resorte que empuja a miles de jóvenes a manifestar su desacuerdo con el estatus quo de la sociedad, de la política y, particularmente del futuro, independientemente del lugar, cultura, estrato social y económico. Esta actoría es, ante todo una expresión del autoreconocimiento del binomio individuo – derecho, pero también de un sentido de pertenencia al grupo de las(os) que se pronuncien en el marco del estallido. La reivindicación de cambios políticos surge desde una actoría social altamente política y no así desde una actoría política dentro del esquema político vigente con su repertorio conocido, llámese mesa de negociación, representación delegada y peticiones compartimentadas. Surge la pregunta -hasta de preocupación, para quienes solemos transitar mentalmente por trochas y estrategias políticas tan conocidas como también gastadas: ¿Cuál será el impacto de estos estallidos sociales?
El abanico imaginativo se amplia en la medida de lograr comprender nuevas formas de manifestarse, de oponerse de crear nuevas realidades en vez de atender lógicas reaccionarias o contestatarias. En clave, transmisión de conocimientos intergeneracional a la inversa.
