Antes de abordar las posibles “Nuevas Racionalidades para un Sistema de Alimentación Responsable”, queremos plantear algunos lineamientos base en torno al tema y que motivan esta reflexión.
Cuando se piensa desprevenidamente en el tema de alimentación, usualmente lo relacionamos con una función vital de la vida humana, tan vital, que solamente la superan la necesidad de respirar y la de beber líquidos.
No obstante, uno de los primeros aspectos que salta a la vista, es que una reflexión más profunda sobre nuestra alimentación diaria, fácilmente nos remite a otros aspectos relacionados que ponen de manifiesto la complejidad del tema; entre ellos, ¿cómo, quienes y en qué condiciones se producen los alimentos? ¿cómo decidimos cuáles alimentos consumimos y cuáles no? ¿esta decisión se relaciona con la distribución de los alimentos, es decir, de qué lugar vienen y que implica que lleguen a nuestra mesa? ¿dónde los adquirimos y por qué? ¿en términos de la preparación qué rutinas establecemos para consumirlos? ¿cuál es la disponibilidad o no de determinados alimentos y cuáles las razones para acceder o no a ellos?
Las preguntas anteriores, no solo nos llevan al tema de la “Alimentación responsable”, por lo que el asunto adquiere otro cariz, más crítico, menos ingenuo y de más de largo plazo, más difícil de ejercer en la práctica y se afirma, también, que menos asequible para la mayoría en términos económicos.
Esto sucede, entre otras razones, porque el adjetivo “responsable” implica tomar posiciones de orden económico, político, social, ambiental, cultural y ético, frente a un proceso del que, como ya se dijo, depende la vida; pero, al parecer y justamente porque de él depende la vida, el proceso de alimentarse se da por sentado, se vuelve natural (es decir, se naturaliza), por lo que no se discute el hecho de que sea natural alimentarse. Lo que sí se pone en discusión son, no solo, las causas y consecuencias por las cuales la posibilidad de alimentarse no sea posible para millones de personas en el planeta, y al parecer, si se trata además de alimentarse responsablemente, solo sea posible para una selecta minoría de personas, sino además las causas por las cuáles las personas nos alimentamos de ciertas formas y las consecuencias que esto tiene.
Un dicho popular, sobre el que al parecer hacemos poca conciencia, afirma: “somos lo que comemos” y, de allí se deriva que tomamos decisiones, usualmente tres veces al día, sobre lo que somos, sin prestar la atención suficiente. Si somos lo que comemos, una elaboración superficial de algunos de los temas directamente relacionados con nuestra alimentación diaria pone en evidencia la urgencia de dar respuesta a las preguntas que ya nos planteamos y a otras, si queremos entender, integralmente, el complejo entramado de relaciones que conforma el “sistema de alimentación” y las nuevas racionalidades que esto implica.
Nuevas racionalidades
Consideramos que las nuevas racionalidades significan, primero, discernir y tomar decisiones sobre qué tipo de alimentación consumimos y también qué prácticas diarias estamos dispuestos a asumir para mantener, reforzar o cambiar nuestros hábitos en este sentido. Y en el proceso de explorar posibles respuestas a estas dos amplias preguntas, surgen otras en torno a si es deseable que el mencionado cambio de hábitos se pueda hacer mediante un proceso de transición moderado, o si es necesaria una posición de carácter radical o que, incluso, consideremos que en la práctica es muy difícil y hasta imposible asumir cambios. De allí, que tal vez una pregunta que nos guíe hacia nuevas racionalidades, y que cada cual puede hacerse, sea ¿Qué considero una alimentación responsable, y si quiero ejercerla, hasta dónde puedo o quiero decidir sobre mis prácticas alimenticias?
Estas nuevas racionalidades tienen como premisa reconocer que el tema de la alimentación (producción, abastecimiento y acceso) es altamente político, lo que invita a una compresión de las implicaciones que tendría que Colombia produjera los alimentos que consume y que, por lo tanto, no es suficiente con garantizarle la disponibilidad de alimentos a los que tenemos los medios económicos para adquirirla (“seguridad” alimentaria); si el país produjera la mayor cantidad posible de los alimentos que necesitamos y consumimos (soberanía alimentaria), contribuiría, sin duda, a no perder una autonomía vital como nación.
Es muy importante reconocer que una política alimentaria responsable, conlleva el cuidado y protección de los campesinos porque son productores cuya cultura, en muchos casos, contribuye a la protección de unos conocimientos milenarios sobre producir protegiendo a la naturaleza; entre ellos cabe mencionar a las prácticas agroecológicas, la recuperación y reproducción de semillas criollas (o nativas), los sistemas de producción en terrazas, la producción de suelos, la producción de cercas biológicas, la producción de abonos orgánicos, la lombricultura, la permacultura, las huertas circulares y las mingas y otras prácticas de comercialización solidaria, entre muchos otros.
Hay, además, propuestas organizativas desde las fincas campesinas, como los mercados veredales, la recuperación de los mercados campesinos que conectan al productor directo con el consumidor, que puede ser un aliado estratégico si asume un consumo responsable y, en fin, otras innumerables prácticas con las que comunidades campesinas e indígenas, y desde otras racionalidades, resisten para garantizar su permanencia en el territorio. Es de anotar, que algunas de estas prácticas de producción se hacen difíciles (o muy difíciles) en la práctica, cuando se encuentran con las racionalidades actuales que dominan el sistema de alimentación nacional y global. Consecuentemente, el reconocimiento de los pequeños y medianos productores campesinos, en términos políticos, como parte de la economía campesina es tan válida como el reconocimiento de la producción empresarial y/o agroindustrial.
Estas consideraciones nos llevan a la urgencia de trabajar para fortalecer y potenciar el tema de la identidad campesina, que va desde avanzar en la transformación de imaginarios a partir de procesos educativos en espacios de diálogo entre ellos mismos y con los demás hasta potenciar la capacidad para abordar los conflictos sociales al interior de las familias y entre familias campesinas para despejar en lo emocional las barreras que inhiben una comunicación y articulación de la comunidad, desmontando la percepción negativa sobre el campesino como sujeto individualista, egoísta, perezoso, atrasado y resistente al cambio, entre varios otros estereotipos.
Las nuevas racionalidades alrededor de la alimentación implican una postura crítica, que pongan de manifiesto las relaciones de poder y las dinámicas de acumulación de capital, en las cuales la producción, distribución y acceso de los alimentos quedo subsumida. En la medida en que las desigualdades sociales se originan en la forma como los seres humanos ocupan posiciones diferentes respecto a la organización social de la producción, lo cual define el acceso a los bienes, dicha reflexión crítica es esencial para entender no solo, los patrones de acceso a la tierra y el agua, esenciales para la producción de nuestros alimentos, sino también los patrones de consumo y ciertas pautas culturales que conducen a determinadas formas de vivir.

Nuestros cambios de hábitos alrededor de la alimentación cotidiana deben pasar, también, por reflexiones críticas sobre nuestros patrones de consumo, que, en vez de configurarse como una forma de ejercer la libertad individual, terminan ofreciendo un falso sentido de libertad otorgado por el mercado. Como práctica de vida cotidiana, las desigualdades sociales se producen y reproducen en las relaciones de poder y dominación, que enajena al sujeto de sus posibilidades de realización vital, lo opuesto a la vida.
En Colombia, como en otros países de la región, estas nuevas racionalidades, buscan contrarrestar un modelo económico excluyente, que teniendo en la normativa “el derecho a la alimentación”, propende por formas de agro industrialización.
Entre las acciones identificadas que ponen en evidencia estas nuevas racionalidades, destacamos:
1. Mejorar las condiciones de vida de los campesinos productores de alimentos, los cuáles han mostrado ser un eficiente proveedor de alimentos para el consumo interno nacional con muy bajos costos; para ellos se debe lograr mejoras en las condiciones de infraestructura y del acceso a recursos económicos y de otro orden, con el fin de fortalecer la diversidad de la oferta de alimentos producidos, que es mucho más amplia que la que ofrece la agricultura industrializada, basada, por el contrario, en los monocultivos.
2. Es muy importante fortalecer la identidad campesina con énfasis en el relevo generacional, defendiendo y difundiendo el derecho que la economía campesina tiene a existir, garantizando, a la vez, condiciones de vida digna.
3. Desde espacios educativos y experiencias alternativas dinamizar el desarrollo de una conciencia crítica y de reflexión sobre la relación salud y modelos alimenticios.
4. Impulsar políticas públicas que promuevan la seguridad y soberanía alimentaria en los territorios.
5. Recuperar semillas nativas y criollas que ayudan a la buena salud, además a la autonomía alimentaria.
6. Fortalecer procesos productivos articulados a la ética del cuidado, resistiendo el sistema global que convirtió el alimento en una mercancía más y no una fuente de nutrición.
7. Así mismo, promover los mercados locales y formas alternativas de comercialización de los alimentos, contribuyendo a la articulación entre productores y consumidores.
Colectivo de reflexión crítica “Futuro Presente “primera versión enero 30 de 2019; la presente versión, junio
2020, Elizabeth Martinez, Olga Lucia Castillo, Luz Dolly Lopera, Kennedy Cruz