Se llenó la olla, ya no doy más

Miguel Arturo Fajardo Rojas

En estos días experimentamos a nivel global la más grave crisis sistémica que haya vivido la humanidad. Nuestros días y años han transcurrido en un escenario paradójico. Por una parte, los seres humanos han logrado generar riqueza, conocimientos científico técnicos para dominar el mundo y parte de la galaxia de la cual formamos parte. Pero, por otra parte, quienes concentran el poder económico y político han creado las desigualdades y las violaciones más aberrantes de la humanidad. La acumulación de riqueza es vergonzosa y detestable cuando millones de personas en el mundo no cuentan con lo básico necesario para llevar una vida con dignidad. Los bienes públicos como la salud, la educación, el conocimiento, las vidas la tecnología han sido convertidos en mercancías costosas e inalcanzables para la mayoría de la población.

Las consecuencias de esta ignominiosa e insoportable situación están teniendo una respuesta global. Movimientos sociales, sindicalistas, algunos partidos políticos minoritarios, organizaciones sociales y, excepcionalmente, algunos gremios académicos y medios comunicativos han levantado
voces de protesta y propuestas para superar la crisis. La capacidad de incidencia de estos actores socio-políticos ha sido insuficiente para obligar a quienes toman decisiones de poder a cambiar el rumbo de la historia. Por el contrario, de manera desafiante y utilizando la violencia como
mecanismo de persuasión han extinguido la llama de la protesta legítima y la han criminalizado.

Pero en las circunstancias actuales la juventud, y otros actores sociales hemos comprendido que el futuro, no solamente de los jóvenes, sino de la humanidad está en riesgo. Especialmente la juventud de las grandes y medianas ciudades están explorando nuevas formas de manifestar sus
protestas y de negociar espacios de poder en la sociedad. La danza, la música, la pintura son medios para expresar sus insatisfacciones de manera contundente. Pero como la como la olla de presión está llena, la indignación estalla también en formas violentas e incontrolables. Sabemos que toda violencia genera violencia. En este caso la violencia ejercida de manera directa (asesinato de líderes y lideresas sociales) y soterrada (discursos mentirosos y campañas mediáticas) trae como respuesta la violencia. Los llamados vándalos destruyen, incendian, saquean porque ya no tienen nada que perder. La rabia, el rencor crecen y amenazan con el caos social. Desde luego, ninguna forma de violencia es el remedio a nuestros males.

Las juventudes (incluye la juventud acumulada) están esperanzadas en cambiar el rumbo de los acontecimientos. Por aquí y por allá surgen grupos de trabajo, asambleas barriales, diálogos con las comunidades, arte callejero convocando las fuerzas vivas para la resistencia y la actuación en contra del modelo económico y político de la actual sociedad. A mi alrededor, hay un grupo de jóvenes que se expresan, que salen a la calle, que opinan. Sus narrativas son creíbles; sin embargo, hay un tema o un problema por resolver: cómo articular todas las energías sociales para poder incidir en el cambio de rumbo de la historia. No está claro el camino. La sobrevivencia, la pandemia de la covid-19, las presiones sociales, la represión y la auto-represión pueden debilitar estos impulsos emancipadores.

Tratando de entender el “momento histórico”, la humanidad está en una encrucijada de “no retorno”; si avanza, a pesar de las evidencias, en la generación de las desigualdades sociales, en la destrucción a escala global de los sistemas ecológicos, y en el sostenimiento de un estilo de vida
consumista entramos a un futuro sin futuro.

San Gil 11 de agosto de 2021

Miguel Arturo Fajardo Rojas, licenciado en filosofía con algunas especializaciones en investigación y educación. Actualmente es director del Centro de Estudios en Economía Solidaria de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de UNISANGIL